En la carta, ella le explicaba que estaba haciendo una visita a una amiga que también se encontraba algo mal de salud, y que regresaría a más tardar el fin de semana. Aunque leyó con cuidado, Darío no quedó conforme con el motivo de su abuela.
De hecho, insistió a su tío en que fueran a verla. “Iremos mañana”, respondió José convincente, “hoy nos toca ordenar las cosas”. El joven mantuvo cierta reticencia, pero decidió hacerle caso. Empezando por la maleta, puso los pijamas sucios a lavar, mientras José se dedicaba a pasar una franela sobre algunos muebles polvorientos.
Luego de un par de horas, ambos salieron a almorzar a la calle. Cuando retornaron, Darío volvió a la lavandería a continuar su labor, agachándose para levantar una batea con ropa mojada. De la nada y frente a él, un niño de tez morena lo miraba con atención.