Carlos lo dirigió hacia su oficina principal en el segundo piso, y cerró la puerta con llave luego que su hijo pasó. “Neto ya me confesó que fuiste a rescatarlo”, empezó por decir Jano. Con todo lo que ello significaba, Ramírez no ocultó su preocupación. “Apenas volví a la ciudad empecé a investigar”, explicó su punto, “y supe entonces que estabas en peligro”.
“Es mi vida y son mis asuntos”, argumentó el joven, “si quieres que esté cerca de ti, tendrás que aceptarlo”. “No puedo hijo mío”, trató Carlos de ser comprensible, “te perdí una vez y no quiero volver a perderte”. Jano pareció mostrarse menos reticente ante la sugerencia. “Si yo puedo ceder para que hagas tus cosas, ¿también cederás tú?”, preguntó Ramírez de forma convincente.
Y le extendió la mano para que la estrechara. Jano iba a hacer lo mismo cuando una explosión sacudió el edificio. Ambos cayeron al piso. La confusión aumentó cuando oyeron el ruido de ametralladoras. Luego de recobrarse, se dirigieron hacia la puerta y encontraron que Neto y Mirella querían abrirla. “Vámonos por aquí”, indicó Ramírez hacia el uno de los estantes…