Dos días después, Jano recibió el alta médica y alistó sus cosas en una maleta. La cargó y caminó hacia la puerta. Cuando la abrió, se puso visiblemente emocionado: Neto lo estaba esperando. “Hombre”, lo abrazó con mucha cordialidad, “pensé que seguías encerrado”. “Afortunadamente llevaba mi celular”, respondió su amigo.
Le explicó que logró mensajear a Mirella y que lo sacaron a tiempo del encierro. “¿Te sacaron?”, quedó intrigado el paciente. Neto le contó que ella no llegó sola a rescatarlo, sino con dos hombres de negro. “Son los guardias de mi padre”, le señaló Jano, “significa que ya sabe mi secreto”. Decidió hacer mutis y los dos fueron hacia la salida.
De hecho, los guardaespaldas los esperaban en los autos que su padre mandó. Unos minutos después, llegaron a la mansión: la fachada de las tres plantas del edificio relucían bajo el sol de esa media mañana. Ramírez lo vio desde el segundo piso y bajó raudo a recibirlo, y Mirella venía detrás. “Tenemos que hablar”, fue lo único que pronunció Jano al pasar por su lado…