Rodrigo trató de controlar sus nervios: “Sólo fui a la casa de un amigo”, le dijo para tranquilizarla. Volteó para llamar un taxi y entonces Giuli la vio. Vio aquella mancha de labial que se había quedado impresa en el cuello de la camisa de su enamorado. Ella fue sutil y le preguntó de pronto cuál era el nombre de su amigo.
“Fernando”, dijo Rodrigo con el rostro algo sudoroso. “¿Y a tu amigo también le gusta besarte?”, le preguntó mientras le señalaba la marca del labial. “Ok. Se trataba de Emilia. Ella…”, y no había siquiera empezado a explicar el evento cuando una sonora cachetada retumbó sobre su mejilla izquierda.
Él se tomó la zona dolorida y quiso continuar con su excusa: “A ella le robaron, y yo…”. “ No, no quiero escucharte más”, gritó Giuli, poniendo sus manos sobre sus orejas. “¡Lárgate!”, fue lo último que escuchó decirle mientras se subía al taxi. Revisando sus bolsillos, descubrió que apenas si le quedaba para esa última ruta. “Y pensar que nos iríamos a una discoteca. ¡Qué roche sería!”, reflexionó tocando otra vez su mejilla.