Proyecciones macabras (capítulo cuatro)

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(viene del capítulo anterior)

Eduardo llegó hasta la puerta cerrada de su salón. Sabía bien que el profesor Gutiérrez no quería interrupciones de los tardones, así que obvió tocar. Cinco minutos más tarde, aparecía corriendo Susana con la mochila sobre el hombro. De sólo verla, el día pareció alegrársele de pronto: le gustaba y mucho, pero no había tenido las agallas para declarársele.

“Hola”, le saludó ella. “Hola”, le respondió él, casi como desmayado y tratando de aparentar serenidad. Susana le preguntó cuánto tiempo llevaba esperando. “Algo de cinco minutos”, respondió él, “¿te invito un café?”. Ella aceptó, así que ambos caminaron hacia la cafetería mientras esperaban que abrieran la puerta.

“¿Y sigues soñando esas pesadillas?”, le inquirió Susana en una parte de la conversación. Y era natural que lo dijera, porque él le contaba sus experiencias. “Sigo igual”, y a continuación pasó a detallarle cada dato de su última mala noche, incluido su cabeceo en el ómnibus. “Lo peor de todo es escuchar su voz diciéndome ‘Estuviste allí’”, se quejó con cara de preocupación. El relato dejó un poco atónita a Susana, quien consultó su reloj para despejar su mente.

“Vámonos, ¡ya termina el break!”, lo alertó a Eduardo al tiempo que cogían sus cosas y corrían hacia el salón. Vieron la puerta cerrarse justo cuando doblaban la esquina. “Esperen”, gritó Eduardo. La puerta quedó entreabierta con alguien sujetándola por dentro. “Sí que tienen suerte”, comentó Guillermo, dándoles paso a la clase, “han llegado preciso para mi exposición”…

(continúa)

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