Un helado frío recorre tu cuerpo. Sientes que finalmente te estás yendo, que estás muriendo. Las voces son casi inaudibles, y las imágenes son poco menos que borrosas. Ni siquiera eres capaz de seguir el movimiento que pareces experimentar sobre una superficie lisa. “¿Acaso es una camilla?”, te preguntas mientras atraviesas unas puertas.
Piensas para ti que ya es hora de dejar esto, por entero y por eterno. Siempre te perseguirán, no te dejarán tranquilo: si sigues aquí, continuarás luchando contra aquellos que hicieron tu vida miserable. Menos aún, sabiendo que no estás solo, que Mirella está a tu lado, que ella también será acosada.
Entonces, vuelves de pronto a humanizarte. “No, Mirella, no. No quiero volver a dejarte”. Pero el tiempo se acabó, ya es tarde. Tus ojos han perdido su brillo, tu alma ya no está en su lugar. Ves tu cuerpo contrayéndose bajo choques eléctricos. “¿Qué me espera?”, te inquieres desesperado mientras te acercas con rapidez hacia aquella luz blanca…