“¿El amor?”, preguntó sorprendido el periodista. “Verás”, empezó a explicar Valera: El tiempo pasa de forma muy distinta aquí dentro. En promedio, un día aquí son tres días en el mundo normal. He pasado aquí treinta y cinco años pero, para todos los demás, son tres periodos de treinta y cinco años, es decir poco más de un siglo.
Y si bien esta casa provee comodidades para mi quehacer intelectual, mas no ocurre de la misma manera para mis necesidades de alimentación, información y otros. Pues bien, siempre tengo una persona de confianza que realiza esta labor de manutención, una especie de servidor que cuida el secreto de la casa como su vida misma.
Pero, como ellos envejecen más rápido que yo, me veo en la obligación de cambiar de servidor después de algunos años. Eudocio, una confiable persona y mejor amigo, estuvo haciendo esa labor hasta hace unos veinticinco años normales. Sin embargo, un día abrí la puerta y descubrí a una muchacha de tez trigueña que me miraba con aire de tristeza. “Eudocio falleció”, dijo ella con voz quejumbrosa, “soy su nueva servidora”…