Crimen en la calle Indiferencia (capítulo tres)

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(viene del capítulo anterior)

“¿Quién le hizo esto?”, preguntó el taxista con manifiesta preocupación. “Sólo conduzca”, respondió ella mientras secaba con sus manos las lágrimas que caían por su magullado rostro. Aurelio avanzó en medio de la ncohe por la larga avenida que enrumbara hacia el destino.

En el asiento de atrás, Verónica se entregaba a sus más desesperanzados pensamientos: “¿Por qué? ¿por qué mi vida ha quedado destrozada así? ¿Ahora cómo haré para cuidar a este niño que llevo en mi vientre?” Se echaba otra vez a llorar, las luces de los postes iluminando por pocos segundos su cara.

Aurelio miró el retrovisor y, a pesar del cansacio de todo aquel día, sintió que debía hacer algo más por aquella mujer que había estremecido su poco agraciada rutina. Acordándose de la ruta, viró hacia la izquierda y, un par de cuadras después, paró en un estacionamiento. Bajó del carro y cerró la puerta, ante el desconcierto de Verónica.

Rápidamente, el taxista volvió con una silla de ruedas, abrió la puerta de atrás y le pidió que saliera. “¿Qué está haciendo?”, le inquirió ella aún sin sobreponerse de la sorpresa. “Siéntese, por favor”, le dijo él con amabilidad. Algo mecánica, ella accedió, se sentó y Aurelio la llevó hacia una entrada iluminada, donde un aviso de de “Emergencias” miró al pasar…

(continúa)

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