El “no” de Rodrigo fue rotundo, tanto que incluso Emilia se quiso retirar fastidiada. “Si quieres pasar el curso, tendrás que aprenderlo”, dio por toda explicación el joven, que luego preguntó: “¿de acuerdo?”. Emilia sintió que no tenía otra opción más que soportar el genio del nerd y dejar que él lo ayude a su manera.
-¿Sabes resolver ecuaciones cuadráticas?
-Obvio.
-A ver. Demuéstrame.
Rodrigo le alcanzó un papel con una de estas operaciones. La chica intentó hacer algunos trazos en el papel pero, tras cinco minutos de infructuoso ejercicio, se rindió. “Está bien, lo admito: no sé cómo se hace”, respondió un tanto histérica. Entonces Rodrigo tomó el papel y, mientras operaba, describía los pasos: “para hallar las raíces de la ecuación, primero debemos fijarnos en el tercer término de la misma…”
Emilia empezó a escucharlo, aquella voz tan suave y calmada que le hacía desentenderse de a pocos del tema en cuestión. Parecía como transportada a alguna dimensión donde su realidad perdía sentido y sólo existía el joven en la carpeta que describía las operaciones: “… y es así como obtenemos las dos raíces de la ecuación, ¿entendido?”, concluyó el joven.
“Sip”, dijo ella para disimular su falta de atención, la que de inmediato fue puesta a prueba otra vez, cuando él le presentó una nueva ecuación. Emilia cogió otra vez el lapicero y buscó recordar cómo rayos Rodri había hecho la anterior. Pero, esta vez, él decidió ayudarla de a pocos mencionándole otra vez cada uno de los pasos…