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Fernando escudriña el horizonte desde aquellos escombros caídos al primer piso intentando comprender por qué sigue allí. Hace apenas un mes lleva trabajando en un proyecto inmobiliario de una constructora. Habían comenzado por empezar a demoler la bella pero vieja casona para dar paso a un alto edificio de departamentos. Fue entonces que decidió quedarse a almorzar dentro del segundo piso que comenzaría a caer por la tarde.
Pensó que sería genial disfrutar de aquel ambiente antes que desapareciese por completo ante el golpe seco de las combas y las furiosas arremetidas de la maquinaria pesada. Luego de comer de su generoso taper, se sentó a observar esas finas mayólicas, que alguna vez fueron la envidia de la zona, mientras tomaba del envase plástico la infusión de valeriana que preparó por la mañana. Embelesado con lo que miraba, no tardó en quedarse profundamente dormido.
Para cuando despertó, el día se había convertido en noche. Se levantó y quiso salir, pero la oscuridad era tan densa que lo imposibilitaba ver muy lejos. Prendió la linterna que tenía en el casco y divisó la silueta de un hombre alto, que parecía un mayordomo. Se le hizo extraño porque era primera vez que lo veía, así que le pasó la voz. “Señor”, gritó Fernando pero eso sólo hizo que el desconocido se alejara.
Fernando corrió en su dirección pero, cada vez que parecía estar más cerca, el hombre alto se le escurría a velocidades inauditas. Finalmente, el obrero encontró un montículo de tierra donde estaba parado otro trabajador. Fernando pasó la voz, el otro volvió la cabeza y se quedó pálido, corriendo luego fuera de la construcción. El obrero quiso ir tras él pero el mayordomo se apareció y lo contuvo.
“¿Por qué me desconoce?”, preguntó Fernando. El mayordomo le indicó el montículo: “cava y verás”. El obrero empezó a retirar la tierra. Encontró primero un casco con linterna. Siguió sacando escombros y vio una mano. Al instante su instinto de supervivencia lo llevó a acometer con mucho esfuerzo la labor de salvar a su compañero caído mas, cuando terminó el desentierro, quedó anonadado…
El que había terminado bajo los escombros era él. Miró otra vez su cara, y vio que no respiraba. “Pero, ¿por qué…?”, empezó a decir, mientras el hombre alto lo interrumpía: “Conseguiste un nuevo trabajo. Fuiste elegido para ser el nuevo guardián”. El mayordomo dijo que había tenido esa misión pero, ante el advenimiento del proyecto, necesitaba de más ayuda… y se la otorgaron. Fernando escudriña otra vez el horizonte y, bajo su fantasmagórico manto, acepta el encargo. Sigue leyendo →