Jano se despertó. Tenía que hacerlo, pero aún sentía un pequeño temblor en el cuerpo. Igual no le hizo mucho caso, se duchó, cambió de ropa y cargó la mochila directo hacia la universidad. Volver a ese trote después de cinco años le pareció algo extraño, pero dejó de lado esos pensamientos y se enfocó en leer una separata dentro del transporte.
Apenas si llegó a tiempo, se sentó en cualquier lado e iba sacando el cuaderno cuando una voz lo llamó. Era Neto y su peculiar “chispa” para hablar.
– Tío, ¡¡¡a los años!!! ¿Onde tabas?
– No muy lejos. Y tú, ¿siempre biqueando?
– Ya pe tío, seré biquero pero no triquero… además sé mucho más de este mundo que tú, man…
– Eso parece…
– Pero vaya… ¡Miren a Mirella!… ¿qué tal mi reina?
“Zonzo”, le contestó ella y por poco no le da un lapo. “Hola”, dijo Jano con simpleza. Mirella se detuvo. La esbelta morena de cabellera larga lo miró con nostalgia. “Hola”, dijo ella con cierta desazón y bajando la vista. “Asu man”, le murmuró Neto, “no sabía que tenían su historia”. “Prefiero no pensar en ello”, sentenció Jano.
El profesor iba a comenzar la clase cuando se fijó en uno de los alumnos, que contestaba una llamada de su celular. “Disculpe, ¿señor?”, habló el profesor. El alumno no se dio por aludido hasta que alguien le pasó la voz:
– Ramírez… Yancarlo Ramírez.
– Señor Ramírez, apague por favor su celular que estamos por comenzar.
– Perdone, pero es un asunto muy urgente.
– Entonces hable afuera.
Yancarlo salió. “Aún no sabemos quién colocó las granadas”, dijo la voz al otro lado de la línea. “¡No me importa cómo pero me encuentras al que hizo esto!”, gritó encolerizado. “Además la policía investiga”, señaló con tono preocupado el otro. “En eso no pienses, ¿ok? Yo me encargo de ellos”, cerró la conversación.