Bruno A pasó ansioso dentro del dormitorio los últimos días antes de la llegada de la noche de la siguiente luna llena. Su emoción era valedera: por fin volvería a encontrarse con Leslie y terminar la cita que quedó “pospuesta” por el extraño incidente. Pero, mientras más y más se acercaban las horas, más difícil le era articular las palabras que le diría. Peor aún, no estaba seguro si su explicación sería convincente.
Además de ello, su corazón estaba confundido: ya no sabía si volver con Leslie o aferrarse a aquel sentimiento indescriptible que nacía cada vez que veía a Noelia. “¿Qué haré?”, se preguntó en silencio, mientras aparecía ella por su puerta. Noelia no dijo palabra alguna, pero era obvia su tristeza en aquellos ojos llorosos y la mirada algo gacha. “Ven conmigo”, dijo Bruno tomándola de la mano y llevándola al bosque.
“No soy de aquí”, empezó el joven la completa narración del hechizo que lo dejó al otro lado del espejo. Ella lo escuchó atenta y, cuando terminó de contar, algo decepcionada asintió con la cabeza en señal que había comprendido. Los dos se abrazaron en medio de la noche que oscurecía. El arrebato y el ímpetu fue tal que los besos y las caricias aumentaron en intensidad al tiempo que se echaban al pasto.
Luego de un rato, los dos jadeantes cuerpos se abrazaron y Noelia, mirando a Bruno, exclamó: “Si hubiera alguna forma de evitarlo”. Al instante el joven se iluminó y, a medio vestir, corrió a toda velocidad hacia la casa. Ya en el cuarto, buscó en la pequeña cómoda y halló un martillo en uno de los cajones.
Empezó a golpear con dureza el espejo pero la luz de la luna, que ya aparecía por la ventana, hechizó otra vez al mueble y su superficie lisa no podía destruirse. En la puerta, Noelia llegaba muy cansada y trató de tomar de un brazo a Bruno, que empezaba a ser inexplicablemente atraído hacia el portal. Finalmente, ella no pudo más y la mano del joven tocó la superficie…