Un trato ejemplar

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Nick sale del edificio y su cara de satisfacción es elocuente. Tras la presentación ante su jefe y la aprobación del proyecto, es seguro su próximo ascenso en la compañía. “Sigue así muchacho”, lo alentó el viejo Bob mientras lo acompañaba a la puerta de su oficina.

Nick encendió un cigarrillo y se apresuró en cruzar la pista. Con una sonrisa a flor de labios, no se percató que se acercaba hacia un mendigo. Este, apenas lo divisó, comenzó un dramático ruego: “por favor señor, déme algo, no he comido en dos día”. Sin embargo, con lo distraído que estaba, el oficinista no le oyó.

El harapiento se levantó y quiso detenerlo, lo cual asustó a Nick, quien derribó al mendigo y lo dejó adolorido en el piso. El oficinista se le quedó mirando un rato, medio asombrado, medio fastidiado, para luego retirarse de aquel lugar con pasos presurosos.

Al día siguiente, Nick otra vez salió del edificio con la acostumbrada sonrisa de típico ganador, cruzó la calle y sacó el cigarrillo. Iba a prenderlo, cuando cayó en cuenta que pasaba por el mismo lugar de ayer, sólo que el mendigo no estaba. Un repentino remordimiento lo dejó fijo en aquel lugar durante un par de minutos. Finalmente, como queriendo olvidar, sacó el encendedor.

Intentó una y otra y una tercera vez sin suerte. El encendedor se había malogrado. Un tipo se le acercó con una lumbre. Cuando Nick iba a agradecer el gesto, algo le golpeó en la cara. El oficinista cayó al suelo y, aunque no tenía los ojos cerrados, podía sentir cómo era arrastrado y golpeado repetidamente en todo el cuerpo.

Nick se sentía perdido ante el cobarde ataque, el cual terminó de pronto, tal como empezó. Abrió los ojos y vio cómo las siluetas de los agresores se alejaban. Quiso pararse pero la golpiza lo había dejado sin fuerzas para levantarse. Empezó a pedir ayuda pero el callejón donde se encontraba impedía que se lo escuchara en la calle principal.

Cansado de llamar, el oficinista se derrumbó otra vez en el piso, jadeante, exhausto. Y miró cómo un harapiento se le acercaba: era el mismo mendigo que había ninguneado ayer. Nick derramó un par de lágrimas y le imploró: “Ayúdame”. El hombre lo observó, entre satisfecho y compungido, y le dijo que tenía que entender lo que necesitados como él pasaban.

“Tenías que sufrir un trato ejemplar”, concluyó el mendigo, y se alejó de la vista de Nick, desapareciendo por la calle principal.

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