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[Advertencia: Esta reflexión fue escrita antes de la lectura de sentencia de ayer martes. Más allá de que el tema es tan complicado por la dificultad a la hora de ponderar las acciones del gobierno fujimorista, el autor de la nota quiere rescatar el aspecto de la valoración moral de éstas, complementadas con la consideración final que cierra el artículo.]
Cerrando el díptico que inicié el pasado lunes, paso a elaborar una lista con el activo y el pasivo del gobierno de ex presidente Alberto Fujimori. En mi modesta opinión, considero que estos son algunos de los acontecimientos que la historia recogerá cuando se tenga que recordar esos años.
Lo bueno:
* La guerra contra el terrorismo. A pesar de algunos execrables acontecimientos, no se puede negar que durante su gobierno se implementó una estrategia de lucha frontal contra los grupos terroristas, los cuales amenazaban la existencia y viabilidad del propio Estado y que fueron derrotados en el campo militar: algunos de los principales cabecillas rebeldes están presos y purgan condenas perpetuas, otro murieron víctimas de su violento accionar. Esta victoria del gobierno fujimorista ha tenido como consecuencia el desánimo y desideologización de los remanentes de estos grupos, ahora reducidos a zonas como el Huallaga y el VRAE y centrados en el “negocio” del narcotráfico.
* Política económica y monetaria. A la par de este esfuerzo, otra batalla fue contra la hiperinflación heredada del primer gobierno aprista. Luego de un shock económico que nadie imaginó que Fujimori aplicaría, y complementado con las primeras acciones para garantizar la viabilidad del país, la economía se empezó a recuperar, el Inti fue devaluado y reemplazado por el más estable nuevo sol. Además, se firmaron convenios de estabilidad tributaria para atraer a los inversores (convenios actualmente fustigados por su permanencia en el tiempo). Quedan como dos manchas: los poco transparentes procesos de privatización de empresas públicas que, si bien redujeron el tamaño del Estado, parecen haberse negociado a precios irrisorios; y la falta de una adecuada política anticíclica luego de la crisis asiática de 1997, lo cual redundó en una persistente recesión hasta el final del gobierno fujimorista.
* Acuerdo de paz con el Ecuador. Luego de una serie de enfrentamientos armados, el último de los cuales sucedió en 1995 durante la llamada Guerra del Cenepa en la zona de la Cordillera del Cóndor, se iniciaron conversaciones de paz con el país del norte luego del Tratado de Paz de Itamaraty, el 17 de febrero de 1995, las cuales culminaron en la firma del Acta Presidencial de Brasilia el 26 de octubre de 1998. Si bien es debatible la cuestión del kilómetro cuadrado reservado para homenajes en la zona de Tiwinza, queda claro que se puso fin a un inútil derramamiento de sangre que llevaba más de un siglo y medio.
* Construcción de obras de infraestructura. Una vez que se dieron las condiciones mínimas de seguridad, se comenzó con la construcción de carreteras y colegios y se retomaron los proyectos de gran envergadura. Un ejemplo de ello es Chavimochic, uno de los proyectos de irrigación más grandes en la costa peruana.
* Viajes presidenciales al interior del país. Como nunca antes un jefe de Estado realizó tantos recorridos por los pueblos alejados del Perú para la inauguración de un colegio o una posta médica, haciendo patente la presencia del Estado en estos rincones desconectados de la realidad nacional.
Lo malo:
* La debacle de la institucionalidad democrática. Con el fin de instaurar el Gobierno de Emergencia y Reconstrucción Nacional, el 5 de abril de 1992, desde el poder se cometieron una serie de actos deleznables: la disolución del Parlamento, la eliminación del Senado, detención y encarcelamiento de políticos opositores, el control sobre la prensa y la derogación de la constitución de 1979.
* Alineamiento del poder y la corrupción. El brazo derecho de Fujimori, Vladimiro Montesinos, conformó una bien montada maquinaria dentro del Poder Judicial con jueces adictos a sus demandas y a los deseos del gobierno fujimorista; además de negociar sentencias, a cambio de grandes “comisiones” a importantes empresarios. Asimismo, este oscuro personaje, estableció mecanismos de compra de conciencias para lograr una mayoría en el Congreso, favorable al Chino, el año 2000. Igualmente, se boicoteó al Tribunal Constitucional y se lo “reestructuró” para colaborar con la causa del entonces oficialismo.
* La re-reelección. La bancada fujimorista presentó un proyecto de ley denominado “De Interpretación auténtica”, el cual tenía como fin que el entonces mandatario pudiera reelegirse y extender su periodo presidencial hasta el 2005. Aun sabiendo la propia regla de la Constitución de 1993 que ninguna ley es superior en jerarquía a la Carta Magna, Fujimori no aplicó el veto y la aprobó, adquiriendo él la capacidad de postulable. Las elecciones del año 2000 estuvieron cargadas de visos de nulidad y, tres meses después de la toma de mando, Fujimori renunció vía fax, a causa del escándalo del video Kouri-Montesinos.
*Las esterilizaciones forzadas. La denominada Anticoncepción Quirúrgica Voluntaria fue promocionada indiscriminadamente en poblaciones indígenas o de extrema pobreza. Los centros de salud obligaban a su personal a que lograran cierta meta de operaciones de ligaduras de trompa, so pena de despidos arbitrarios, lo cual presionaba al personal médico para engañar a las pacientes. En el expediente de la fiscalía sobre el tema, queda consignados los testimonios de dos directores regionales de salud de la época en donde exponen a Fujimori los resultados de dicha campaña.
* Compra de líneas editoriales y la “prensa chicha”. Hasta la fecha, varios directivos de canales de televisión han sido enjuiciados por el dinero que recibieron de manos del ex asesor, para poner sus funciones informativas al servicio del régimen fujimorista: como se recuerda, las “cortinas de humo” -una noticia de gran impacto que desvía la atención de las investigaciones contra altos funcionarios del gobierno de entonces- fueron recurrentes en aquella década. Del mismo modo, el fenómeno “prensa chicha” aglutinó voluntades para desinformar y envilecer a la opinión pública, no sólo en desmedro de su capacidad de análisis sino también en una deformación -sostienen muchos, perniciosa- del idioma.
Esta es mi apreciación sobre algunos hechos importantes, buenos y malos, del gobierno 1990-2000 y una segunda lectura de estos sucesos me lleva a la siguiente consideración: el Perú es un país con un hambre desmedido de autoridad. Es un lastre que se arrastra desde la dominación española, donde se incuba la figura del hombre fuerte, que es el único que puede llevar a una real transformación de la sociedad. No importa si este hombre es andino o criollo, si tiene o no cultura, si es de derecha o de izquierda: el caudillo representa para el pueblo la garantía de solución para un grave problema, problema que amenaza su necesidad básica de sobrevivencia.
Como contraprestación, muchas veces el caudillo cobra un alto precio: la conculcación u opresión de las libertades, la cual el pueblo aprueba sin chistar, desesperado como está que le resuelvan tal cuestión. Una vez que la gente considera resuelta la situación o que, por el contrario, ha empeorado, descubre que sus libertades están secuestradas; empieza entonces una confrontación que acaba con la muerte, política o real, del caudillo. Maquiavelo señala que “el fin justifica los medios”: es cierto que Alberto Fujimori y su gobierno vencieron al terrorismo y la hiperinflación, lograron la paz con Ecuador y crearon condiciones de inversión, hechos por los cuales se debe estar agradecidos; sin embargo, a cambio nos dejó la pobreza moral y ética en el alma, pobreza que no nos deja avanzar como sociedad.
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