Solitario

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[Advertencia: Luis Deryta no se solidariza con las reflexiones vertidas por Hector Sánchez en su momentos depresivos, los cuales distorsionan su pensamientos con rabia y desolación.]

Hoy ante mí sólo hay una calle abandonada que debo recorrer para llegar a mi cercano paradero. Voy como casi todos los días: solo, esperando el momento en que un buen amigo o una agraciada joven me pasen la voz. Ya entiendo, sé que estoy pensando en voz alta, y que nadie vendrá por mi vereda: porque el camino que propongo difícilmente va por la ruta de los otros.

Tic, tac, tic, tac, la hora que avanza y que inasible el tiempo se resiste a ser domado, se imponen sobre tus esfuerzos vanos al voltear la cabeza y querer ver un rostro conocido: miras caras inexpresivas, cuasi borrosas, indiferentes ante el silente y demoledor destino que te aguarda. Porque, expresémoslo así, nadie se preocupa por alguien que parece tan orondo en su andar y tan seguro en su actitud. Ignoran que el parecer oculta, la mayoría de las veces, las preocupantes debilidades que pululan en tu alma, aquellas que nadie se esfuerza en comprender.

Rojo y verde: el semáforo ya cambió de señal y puedes pasar a la esquina a contar los minutos que el transporte demora en aparecer por la avenida. Es fácil que te pierdas entre ese grupo de gente que se arremolina para coger el micro, la combi o cualquier carcochita que camine y te lleve directo a casa. Se te ve como el puntito que no puedes distinguir porque la mancha que forma con otros hace invisible tu individualidad.

De pronto, recibes una palmada en el hombro y volteas la cabeza. “Sorry, broder, me confundí”, dice un aturdido al que le pareciste un conocido suyo. “No importa”, cierras la conversa, convencido ya de tu condición de solitario.

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