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Darío A. Núñez Sovero
No tuve la fortuna de haber sido su alumno, pero en el tiempo que me tocó estudiar en el Colegio “San José” de Jauja, su nombre, entre aquellos estudiantes de años superiores, era mencionado con respeto y admiración. Sin embargo, era común verlo a menudo en los pasadizos del añoso local del Jirón Grau, donde funcionaban todas las secciones de la primaria y secundaria de nuestro primer centro de enseñanza de la provincia de Jauja.
Corría el año de 1956 y yo estudiaba el primero de media. Pedro Monge ya se había empinado como un asombroso autodidacta y un obligado consultor de cuánta duda asistía a maestros y estudiantes. Los docentes que iniciaban su apostolado magisterial, que no eran pocos (dignísima profesión de aquella época), afanosamente buscaban su amistad para encontrar el sabio consejo y la oportuna asesoría.
Tiempo después, hacia 1969, cuando me tocó la valiosa oportunidad de trabajar como Profesor en el referido colegio “San José”, obligadamente debía tratar con él sobre mi jornada laboral. Para entonces, el Director era el finado Armando Castilla Martínez y Pedro Monge el Sub-director. La cordialidad de ambos fue excepcional y, desde una perspectiva psicológica, nuestra relación adquirió tal empatía que desde entonces sentí que había incorporado dos nuevas y grandes amistades a mi entorno social. No fue una entrevista protocolar, fue una reunión tan distendida y grata que parecióme haber encontrado las personas a quienes mi incipiencia profesional buscaba desde hacía mucho tiempo. Desde entonces no pude menos que aprovechar cualquier oportunidad para conversar amenamente de cuanto tema estaba en boga, especialmente con Pedrito Monge a quién, por lo demás, era difícil encontrarlo solo, pues era usual ubicarlo rodeado de interlocutores, un redivivo Sócrates de ese tiempo. Era, luego lo sabría, un clásico donde se resumían todas las virtudes del pensamiento helénico, pues actuaba aristotélicamente ya que, además, su método natural era el peripatético, una práctica intensa y cautivadora para quienes lo escuchábamos.
Fue en ese período de tiempo que mi amistad se hizo entrañable, cuando en continuas tertulias, él iba reforzando mis dormidas tendencias filo literarias de las cuales, naturalmente, conocía mucho, tanto que, con gran generosidad, publicó en la Revista Xauxa de ese año tres epístolas de mi autoría y una prosa poética inspirada en una díscola aventura amatoria que ya olvidé. Esta revista la editaron Armando Castilla y Pedro Monge como un homenaje al Primer Centenario del glorioso Colegio “San José”. Allí, además, publicó una síntesis de su Tesis de Graduación en la Universidad Nacional de San Marcos titulada “Del paso oral a la Intervención oral”, magistral trabajo que todo maestro debiera leer y practicar.
Y fue, justamente, en esa práctica peripatética (paseando por los jardines del colegio) que escuché, pasmado y a manera de consejo, sus aseveraciones cargadas de sabiduría y prudencia. Hasta ahora guardo invalorable su sentencia: “Darío, tienes que ser como el demonio”. ¡Cómo!, dije para mis adentros, si el demonio es la encarnación del mal, este consejo es burdo. Comprendiendo mi callado asombro, continuó: “es que demonio nunca descansa, siempre está trabajando”. Así era su plática, siempre serena pero no menos riquísima en contenido.
Como docente, su originalidad asombraba más todavía. Según propia confesión, no habituaba a respetar las exigencias de su programa curricular. Su asignatura favorita era Literatura y sus alumnos, deben recordar que, al principio del año académico, les indicaba la lectura obligatoria de El Quijote de Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra. Luego de ir constrastando la progresión de la lectura, quién concluía, ya estaba aprobado, pues le bastaba ese indicador para saber que sus estudiantes habían estado en contacto con la genial obra del Manco de Lepanto donde se reúnen y condensan todos los atributos de la gramática española. Lo demás, para él, era puro memorismo que mañana se evaporaba y dejaba al alumno sin las armas del arte del buen hablar y mejor escribir. Personalmente, jamás escuché de sus labios pronunciar grosería alguna que tradujeran sus estados de ánimo. Elegante en el uso del idioma, se valía de los mil recursos que nuestra lengua nos proporciona para expresar sus pensamientos. Era común escucharle “es una ventolera” para indicarnos alguna tendencia írrita, o “es una barrabasada” para señalar algo equivocado o incorrecto. O si quería anatematizar a alguien decía “es un pentateuco”. Había, pues, que tener una base mínima de cultura para conversar con él, quién a la vez deploraba que los docentes de “hoy día” (en aquel tiempo) no leían. Sin esa base mínima empujaba al interlocutor a permanecer en el limbo. Así de singular era tratar con este insigne y admirado jaujino a quién recordamos en este centenario de su nacimiento y que ha dado su nombre para identificar al alma máter de cientos de futuros docentes (el Instituto Superior Pedagógico “Pedro Monge” de Jauja).
Desde el punto de vista de la persona, Pedrito Monge, también tenía sus debilidades que están lejos de ser las de este tiempo. Su pasatiempo favorito fue jugar billar y no era extraño verlo en el “Doria”, aquel famoso lugar, de dueños españoles, donde se reunía la bohemia jaujina. Sus habilidades no le hacían rehusar la competencia con renombrados “taqueros” de ese tiempo: así lo veíamos alternar con el gran José Fukushima, un relojero japonés afincado en Jauja con gran talento y destreza para el billar a tres bandas, o con don Fidel García o Julio Lobe, habilidosos billaristas que trabajaban en el Hospital Olavegoya. Cuando no se le veía en el Doria, con toda seguridad, es que estaba concentrado en resolver complicados Geniogramas del Diario El Comercio y en esta tarea no faltaba la compañía de otro insigne maestro josefino, don Miguel Martínez Saravia. tío del laureado escritor jaujino Edgardo Rivera Martínez. Estos momentos de relajamiento eran necesarios para que continúe puliendo su obra publicada post mortem “Cuentos Populares de Jauja” que su albacea, don Miguel Martínez, hiciera conjuntamente con el Alcalde don Diego Gutiérrez Orihuela, en correspondencia a la donación de su frondosa biblioteca y su casa del Jr. Manco Cápac al pueblo de Jauja, lo cual fue cumplido estrictamente como fue su deseo.
Nuestro pueblo tiene en Pedro Monge no sólo un digno representante de las letras sino, además, a un gran benefactor que dejó todo lo suyo a favor de la posteridad y la juventud de esta su digna tierra. Sólo una vez atisbé un débil gesto de vanidad en él, ocurrió cuando visité su casa para pedir prestado un libro y advertí en su sala, además de los libros apilonados en su escritorio, las cuatro paredes con estantes colmados de libros, desde el piso hasta el techo; cuando asombrado hice un comentario por la gran cantidad de volúmenes a lo que él me dijo que veía sólo los libros nuevos pues, los más “viejitos”, estaban condenados a residir en su sótano. Palabras que aumentaron mi admiración, entonces entendí que estaba ante una persona cuya vida había sido consagrada a la lectura.
Con los avatares que la vida nos brinda, me alejé de Pedro Monge por exigencias laborales, hasta que fui noticiado, hacia 1979, que se hallaba internado en el Hospital del Empleado en Lima (hoy Hospital Rebagliati). Obligado como estaba de visitar a mi amigo enfermo, me constituí a dicho nosocomio y lo encontré en un estado penoso. Eran sus días terminales y no bien me reconoció, además de pronunciar mi nombre, lo primero que me preguntó fue sobre el resultado del concurso para cubrir la plaza de Director del “San José, temía que uno de los concursantes, un profesor al que no le guardaba estima ni buenas referencias, ganara el aludido concurso. Le repliqué que el mismo era el ganador, vi cómo cerró sus ojos y dijo quedamente “pobre San José”. Fue lo último que le escuché decir, las enfermeras apuraban mi presencia por el estado crítico del enfermo y tuve que retirarme.
A los pocos días murió y retornó a Jauja dentro de un ataúd austero como él había querido. Había muerto un pro hombre que es la síntesis de la identidad xauxa. Un jaujino de verdad. Loor a la memoria de Pedro Susaníbar Monge Córdova.
(*)Este artículo fue preparado para los estudiantes del ISP “Pedro Monge” de Jauja con ocasión de un conversatorio con motivo del centenario de su nacimiento y publicado en El Reportero. Jauja, Junio del 2006. P.2
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