Pacto de necesidad (capítulo dos)

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(viene del capitulo anterior)

Ellos caminaron hasta el paradero. Camila se sentía más tranquila y eso hizo pensar a su amigo que sólo quería un poco de consuelo. César se disponía a irse cuando ella lo detuvo. “Te parecerá un poco loco pero quiero pedirte algo”, señaló ella mirándolo con algo de tristeza y algo de esperanza. César se mostró afirmativo y quiso saber cuál era su pedido.

“¿Te parece si salimos el sábado a pasear?”, preguntó ella. “Sí, tengo la tarde libre”, señaló él muy convencido. Camila le dijo que la fuera a buscar como a las siete. Él estuvo de acuerdo y se despidió de su amiga con el beso en la mejilla. Ella cruzó la avenida y volteó a mirarlo sólo para despedirse alzando su mano. César respondió de la misma manera a su saludo y sonrió un poco.

Subió a un bus y se dirigió a su casa. Durante el trayecto, se preguntó por qué ella lo buscaría ahora. “Sé que antes no me trató mal, pero tampoco fue muy cercana. ¿Por qué le hago caso?”, pensó para sus adentros, intentado comprender la extraña solidaridad de su alma. “Lo sabré el sábado”, se respondió de forma ambigua, queriendo no razonar de más.

(continuará)

El final del dilema (capítulo tres)

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(viene del capítulo anterior)

Esa frase lo había dejado estupefacto. ¿Qué podía ser peor que una ruptura amorosa?, pensó Álvaro para sus adentros, tratando de negarse a pensar en situaciones demasiado obvias. O tal vez no lo pensó lo suficiente. “Estela me dijo para volver… y lo estoy considerando”, fue la breve respuesta de Sixto que dejó a su amigo con más dudas que respuestas.

“¿Cómo siquiera puede ser eso posible? ¡Tú, que justamente estás tratando de superar todo esto!” le reclamó Álvaro impactado por la absurda contestación. La reacción de su amigo fue tan airada, que Sixto se vio obligado a comprarle otro café para que se calmara un poco. Álvaro bebió un par de sorbos, y al parecer funcionó porque sintió muy amarga la bebida.

“Me imagino entonces que has venido aquí por consejo”, dijo Álvaro un tanto más tranquilo. Sixto asintió con un gesto de su cabeza y se tomó un sorbo de su taza para amortiguar el golpe. Su amigo empezó diciendo que nunca había estado en esa situación de volver y señaló por qué: “Soy alguien práctico, si algo terminó, se acabó. No regreso por el mismo sitio”.

Álvaro, aunque breve, fue muy enfático y contundente. “Ni vuelta que darle”, resumió Sixto tomándose otro sorbo. Su amigo asintió, esperando que el hombre sentado frente a él haya entendido el mensaje. Luego pasaron a hablar de otras cosas pero, para Sixto, el momento clave de su conversa había finito allí.

(continuará)

Pacto de necesidad

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César recibió una llamada a las once de la noche. Camila, su amiga de la universidad, es quien se comunica a tan extraña hora. Él responde y lo primero que nota son los sollozos que emite su amiga. “Dime Camila, ¿qué pasó?”, preguntó preocupado por su llanto. “Ven pronto a mi casa, tengo algo que decirte”, fue lo que dijo antes de cortar.

Él se lo pensó un par de minutos, pero al final decidió ir. Poco importó que mañana tuviera clase a las nueve, o que la casa de su amiga quedara a diez minutos en auto. Salió de su departamento rápidamente, con la esperanza que ella no hubiese cambiado de opinión por no verlo llegar a tiempo. Quizá al final demoró veinte o veinticinco minutos hasta que llegó a la puerta de la casa.

Tocó el timbre y oyó cómo unos pasos presurosos se acercan detrás de la puerta. “¿Quién es?”, pregunta ella para asegurarse. “Soy yo, César”, confirma él y la puerta se abre despacio. Él quiere saludarla pero ella se adelanta. Lo abraza con mucha ansiedad y él demora un poco en darse cuenta que su abrazo no es solo protección, también consuelo. “Ya estoy aquí”, dijo César transmitiéndole seguridad.

(continuará)

El final del dilema (capítulo dos)

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(viene del capítulo anterior)

“Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te vi”, dijo Álvaro intentando romper el hielo acumulado durante tantos meses. Sixto asintió con la cabeza: “ya no recuerdo si fue hace un año o tres meses”, sonrió mirándole con profusa melancolía.

Sixto se sentó en la silla y, antes que su amigo pudiera comentar algo más, resumió su tragedia en la siguiente frase: “estoy emocionalmente quebrado”. Álvaro, que no podía creer lo que oía, le preguntó a qué se debía eso. “Terminé con Estela hace un mes. Aún no sé cómo superarlo”, respondió envuelto en tristeza.

Para Álvaro se le hace difícil pensar siquiera en un desenlace en esa historia. Si bien no se habían visto desde hace mucho, siempre mantenían comunicación constante por el Facebook. Así pudo saber que, desde hace ocho meses, el soltero empedernido de Sixto tiene enamorada. O al menos la tuvo, a juzgar por la reciente actualización.

Álvaro le preguntó por qué había sucedido la ruptura. “Pues… por discusiones sin sentido… en temas sin sentido”, respondió Sixto a la defensiva, como si le torturaran a confesar la verdad, en vez de entregarla por iniciativa propia. “Pero, eso no es lo peor de todo”, añadió él, encendiendo las alarmas de Álvaro que siente predecir la aparición de una nueva revelación.

(continuará)

El final del dilema

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“Ya son las seis”, dijo Álvaro luego de ver su reloj en la mesa de la cafetería. Había pasado más de media hora desde que llamó a Sixto, y él le había prometido que se verían para conversar aquella tarde. Pensó que no habría problema si espera unos cinco minutos más. Como el café estuviera por acabarse, se tomó el último sorbo y se fue a pedir otro en el mostrador.

En ese proceso estaba, cuando sintió que su celular vibra en el bolsillo de su pantalón. Álvaro no logra contestar pero, luego de pagar, vuelve hasta su mesa y mira la pantalla del celular. Precisamente su amigo es quien le ha timbrado. Sin demora, Álvaro marca el número y espera que le contesten.

“Hola Sixto. ¿Por dónde andas?”, pregunta su amigo. Sixto señala que se encuentra al frente. “Ya pues, cruza hasta la cafetería. Allí nos vemos”, respondió Álvaro más aliviado. Dos minutos más tarde, Sixto apareció a su lado y su amigo se levantó para saludarlo muy efusivo. “Amigo, ¡qué bueno verte!”, dijo Álvaro mirándolo. Con un gesto sobrio pero serio, Sixto se limitó a agradecerle.

(continuará)

Y otra vez (capítulo final)

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(viene del capítulo anterior)

“Pucha, lo sentimos man”, dijo uno de sus compañeros poniendo una mano sobre su hombro. “Sí pues, ya quisiera que sólo hubieran sido Lidia y Sofía”, respondió Gonzalo y dejó estupefacto a todos. “¿Acaso hay más?”, repreguntó uno de ellos sin creer lo que dijo.

“Por supuesto”, comentó el desafortunado oficinista y mencionó sus casos emblemáticos: Clara, la estudiante de su curso de italiano; Miriam, la bella estilista de la peluquería; Cintya, la chatita de la tienda; Sonia, su mejor amiga de la universidad…

Uno de ellos alzó la mano y pidió la presencia del mozo. “¿Desea más chelas?”, preguntó casi de forma retórica. “Sí joven, dos cajas más por favor”, señaló el amigo poniendo un billete de cien en sus manos. Estaba seguro que la noche sería larga, muy larga…

Permíteme

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Hoy no es un día sencillo,

de aquellos que se resuelven

hablando un par de frases

en un dos por tres.

Por eso,

Permíteme darte un minuto

para pensar mejor las cosas

y ver de nuevo

aquello que has desechado.

Permíteme hablarte un poco

y escucharte demasiado,

porque sobran mis palabras

y tu voz lo es todo.

Permíteme quererte un poco,

abrazarte mucho,

expresar en dos gestos

eso que llamas amistad.

Permíteme darte las gracias

ante todo lo vivido y aconsejado

porque me haces sentir nuevo,

me haces sentir bueno.

Treinta días (capítulo final)

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(viene del capítulo anterior)

Ambos empezaron a caminar hacia la avenida. Alberto no decía más nada, tan sólo estaba concentrado en tomar pronto un taxi. Marisela, sin embargo, no se quedó tranquila y se le puso a insistir qué había hecho mal.

“¿Por qué no confiaste en mí desde el comienzo?¿Por qué?”, fue como respondió él, sintiendo que se desespera de forma incontenible, de forma amarga. Marisela no supo ni qué decir. Nunca antes lo había visto tan enojado.

“Si sólo me lo hubieras dicho desde un inicio, seguiría confiando en ti”, terminó de argumentar el joven. En ese momento, pasó un taxi y él le dio una dirección al taxista. Le pidió a Marisela que subiera, que ese carro la llevaría hasta su casa.

Viendo que él no subía al auto, ella se sintió aún peor y le preguntó por qué. “Ya no puedo seguir contigo. Esto es un adiós”, dijo él sintiéndose derrotado y cerró la puerta. Marisela quiso decir algo, pero el taxi arrancó antes que pudiera hablar nada. Sólo sus ojos se manifestaron en gruesas lágrimas una vez que se alejó de allí.

Noche lúgubre (capítulo final)

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(viene del capítulo anterior)

Laura no pudo zafarse del puñal que le habían clavado. Carlos aprovechó su confusión para apuñalarla una y otra vez. La bruja malvada no pudo recuperarse, ya que la daga no era un simple cuchillo.

“Este puñal mágico te destruirá”, fue lo que dijo el hombre desconocido. Finalmente, Carlos se cansó y dejó a Laura malherida en el suelo. La bruja malvada sintió que su poder se desvanecía y su cuerpo mortal empezó a secarse.

“Creo que este puñal te pertenece”, dijo Carlos recogiendo el cuchillo y queriendo dárselo al desconocido. “No lo entiendes, ¿cierto? Tu misión aún no ha terminado”, respondió el ente mágico, que se esfumó en el aire y lo dejó mucho más desconcertado.

Siento

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Siento, lo siento tanto,

no haberte conocido

más de lo que pude,

más de lo que debía,

más de lo que sentía.

Siento, cuánto lo siento,

no haberte entendido

tantos gestos,

tantas palabras,

tantos mensajes,

tantas miradas.

A donde quiera que vayas,

a donde quiera que fuere,

ya no me queda más

que decirte adiós.