El viejo en la banca blanca (capítulo seis)

[Visto: 454 veces]

(viene del capítulo anterior)

Ingresé rápido en la casa de mi abuela y fui directamente hasta la mesa a dejar la bolsa de pan. Ella, que había notado mi impaciencia cuando la saludé, preguntó si me sentía bien. “Sí, todo bien”, respondó y fui al baño con la excusa de lavarme las manos.

Cerré bien y me enfoqué en echarme agua en la boca, esperando quitarme de la boca esa sensación de humo. Mi abuela tocó la puerta al ver que demoraba. “Se va a enfriar tu lonche”, afirmó ella del otro lado de la puerta. Me apresuré en contestarle que ya salía. Cerré el grifo del lavabo y salí.

Tomé el lonche con rapidez y silencio. Me despedí de mi abuela, diciéndole que tenía una tarea urgente que hacer. “Quizá mañana me sentiré mejor”, dije para mis adentros mientras llegaba hasta la avenida. Al día siguiente, cuando llegué para el almuerzo, me recibió el señor Erik. Su gesto adusto me puso al descubierto.

(continúa)

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El viejo en la banca blanca (capítulo cinco)

[Visto: 452 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Comprando pan para el lonche”, dije yo con algo de sorpresa ante su súbita aparición. “Ahhhh… tranquilo niño, sé que no comenzamos bien el otro día, por eso quería invitarte esto”, señaló el vago y presentó ante mi aquel cigarrillo humeante que invitaba a probarlo.

Tomé el pitillo antre mis manos y, embelesado por el humo que subía, intenté probarlo como él lo había hecho. Lo hice tan rápido, que lo dejé caer, mientras tosía con mucha fuerza pues sentía quemarse mis pulmones. El vago me sostuvo al toser y me dijo que no me preocupara.

“Siempre pasa así la primera vez”, señaló muy seguro de su respuesta y me recomendó que vaya a la casa, pero que no contara lo que había hecho. Luego de un rato sentí el aire puro refrescarme mientras caminaba. Al entrar en la quinta, volteé a mirarlo: el vago seguía en la esquina, como esperando que volviera la próxima vez.

(continúa)

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El viejo en la banca blanca (capítulo cuatro)

[Visto: 465 veces]

(viene del capítulo anterior)

Nunca lo había visto tratar con tanta rudeza a una persona. “¿Qué le ha hecho ese chico?”, le pregunté yo, queriendo saber el motivo de su reaccción. “Son unos vagos, fuman algunas rarezas para sentirse mejor”, respondió el señor Erik aún molesto. Y me recomendó no acercarme a ellos porque podía acabar muy mal.

Al escucharlo con cierta ambigüedad, pensé que quizá su vejez le estaba hciendo ver cosas. ¿Qué de malo podía tener un muchacho buscando hacer un nuevo amigo? Sin embargo, como respetaba a Erik, siempre que  se encontraba con él, evitaba mirar a los vagos.

Pero el bichito de la curiosidad ya me había picado. “¿Y dónde está el pan?”, preguntó extrañada mi abuela cuando me vio volver una tarde. “Perdona abuelita, ya vuelvo”, fue mi convenida excusa para salir otra vez de la casa. Fui y hasta la panadería y compré el pan. “¿Qué hay de nuevo, niño?”, dijo el vago apareciendo frente a mi.

(continúa)

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Hada (amiga y compañera)

[Visto: 438 veces]

Como no experimenté antes,

un cansancio extremo

de mí se apoderó.

El cuerpo sometido

a la cama se entregó,

y mucho no tardó

en quedarse dormido.

Varios minutos silentes

por mi mente pasaron,

y en una blanca escena

mis pensamientos se plasmaron.

Creí estar solo

pero estaba junto a ella,

mi amiga y compañera,

durmiendo tan tierna.

Las dudas me saltaban,

¿cuándo pasó? ¿cómo pasó?,

y el murmullo de mi voz

hace que sus ojos abre.

Sonríe y se acerca,

me abraza con mucha fuerza,

siento un beso en mi mejilla,

y luego se va, se aleja.

La quiero alcanzar,

pero vuela alto vuela,

yo corro y me tropiezo

y la fantasía acaba despierta.

Y después de este breve sueño

pueda ahora entender

que la realidad vivida

ya la superé.

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La cueva del duende (capítulo final)

[Visto: 430 veces]

(viene del capítulo anterior)

La explosión fue vista por los escaladores, quienes sorprendidos vieron cómo grandes rocas empezaron a caer sobre ellos. Por fortuna, Rosa y los demás se colocaron debajo de una saliente, escapando de una muerte segura.

Luego que se disipó el humo, salieron a observar la situación de la zona: la entrada de la cueva quedó cerrada con la cantidad de rocas que cayó sobre su entrada. Rosa se arrodilló frente a la pared de piedras y comenzó a llorar la pérdida de Arturo.

Los otros escaladores también estaban tristes. Arturo había sido un líder para ellos y su sacrificio, aunque los enorgullecía, los privó no sólo de un excelente escalador: también de un gran amigo. A manera de homenaje, ellos dejaron sobre las rocas unas flores silvestres que encontraron cerca.

Viendo que caía la noche, iniciaron el descenso hacia el campamento. Esa noche, parte de la pared de rocas se desmoronó, dejando al descubierto una mano del duende: esa mano que movió lentamente sus dedos… pugnando por salir, otra vez, al exterior.

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Disputa en Los Robles (capítulo final)

[Visto: 433 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Lucho, ¿qué estás haciendo? ¡Vámonos ya!”, le rogó la mujer esperando que recapacitara. Lucho aseguró el percutor y, de pronto, le entró la duda: ¿valdría la pena dejar vivo a su tío, sabiendo que continuaría con su cacería?

Rodolfo se levantó sorpresivamente y se abalanzó sobre su sobrino. El joven despertó de su distracción y disparó. El patrón se sorprendió al sentir el disparo, se tocó en el lugar de la herida y luego se desplomó. Detrás de él, González aparecía con su arma aún humeante.

“Tu disparo se desvió por poco, no tienes de qué preocuparte”, dijo el capataz y llevó a Constanza hasta su lado. “Mi hija es tu misión ahora”, señaló González y les pidió que huyeran de allí. Lucho tomó su mano y ambos salieron del establo.

Subieron en la camioneta y dejaron Los Robles por última vez. Constanza miró hacia atrás y lloraba por la suerte que correría su padre. “Tranquila corazón, lo apoyaré con todo lo que pueda”, afirmó el joven y sonrió, convencido que lo volverían a encontrar.

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El viejo en la banca blanca (capítulo tres)

[Visto: 466 veces]

(viene del capítulo anterior)

Eran como las cuatro de la tarde, y el señor Erik consideró que ya era tiempo de irse. Se despidió de mi abuela, pero yo aun ansiaba conversar un rato más con él. “Está bien”, afirmó el hombre y salimos por la quinta hasta el parque. Nos quedamos hablando y riendo por un buen rato, hasta que volteó la cabeza y su gesto amable cambió.

Miré hacia donde él había visto. Un joven con ropas medio sucias y desgastadas venía en hacia nosotros. Tenía en su mano una especie de cigarillo humeante. “Hola niño, mis amigos y yo queremos invitarte a hablar con nosotros”, dijo el desaseado e indicó con su dedo a un grupo de personas que se encontraban fumando.

Al instante, el señor Erik se paró de la banca y encaró al tipo. “El niño no quiere hablar con ustedes, ¡fuera de aquí!”, me defendió él con toda firmeza. Esta reacción molestó un poco al desaseado, pero esbozó una sonrisa. “Ya nos veremos luego, niño”, apenas dijo el joven y se retiró donde sus amigotes.

(continuará)

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Ella que te espera

[Visto: 486 veces]

De qué te sirve estar tan cerca

si no te sientes capaz

de hacer en forma simple

tu propia seguridad.

Ese miedo inaudito

que borra tus decisiones,

aumenta tus dudas

y te hace cometer errores.

Y quizá ella solo espera

sentada en una banca,

o parada en una esquina,

que vayas hacia ella.

No que vayas rápido,

no que vayas lento,

sólo que vayas a tu ritmo

y siendo tu mismo.

 

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El sarcófago de la momia

[Visto: 757 veces]

[Especial de Noche de Brujas]

La rebelión acabó con su reinado en pocos meses. Atrincherado en su palacio, el faraón vio cómo su última fortaleza cayó ante el poder de los invasores. Lo apresaron y se lo llevaron lejos, a algún lugar del gran desierto que se extiende sobre los que un día fueron sus dominios. Sus captores le dieron a beber un brebaje dulce, que no tardó en dejarlo dormido.

No tenía idea de cuánto tiempo estuvo anestesiado pero, cuando despertó, se dio cuenta que todo su cuerpo se encontraba vendado con telas de lino. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, logró desgarrarlos en retazos. A pesar de ello, no consiguió ver la luz: una oscuridad total se le imponía.

La espalda dolorida lo impulsó a mover los brazos hacia arriba: se dio con la ingrata sorpresa que una especie de tapa de madera se lo impedía. Golpeó y golpeó repetidas veces, hasta que la tapa de madera cedió. Sintió cómo sus manos sangrantes retiraban esa barrera en medio de la oscuridad, esa oscuridad que no lo abandonaba.

Cansado por el esfuerzo, se quedó sentado por unos minutos. Cuando quiso pararse, su cabeza chocó contra una superficie sólida. Levantó sus manos para revisar: no había duda, un sarcófago de roca impedía la salida. Su condena a muerte había sido cumplida fielmente por sus captores.

Golpeó insistentemente en la roca y gritó esperando que alguien lo escuchara. Todo fue inútil. Resignado y exhausto, se echó sobre la dura superficie también de roca. “Al menos demostré que he muerto peleando”, se dijo para sí el derrocado faraón. Cerró los ojos, con la fatua esperanza que un día lo fueran a encontrar.

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La cueva del duende (capítulo once)

[Visto: 467 veces]

(viene del capítulo anterior)

Una vez en la salida, Arturo pidió a sus amigos, que habían vuelto del campamento con varias cosas, que le pasaran su mochila. “¿Hay algo allí para ayudar a Jorge?”, preguntó Rosa con aire esperanzado.

La expresión de su rostro cambió de golpe cuando se dio cuenta que lo que traía dentro de dicha mochila no era otra cosa que explosivos. “Lo siento, encerrarlo es la única forma de detenerlo”, dijo resignado el escalador.

Rosa quiso oponerse y le pidió que no hiciera eso. Los otros escaladores tuvieron que contenerla y llevársela de allí para que no impidiera la explosión. Arturo preparó la trampa con los explosivos y espero que Jorge llegara a la boca de la cueva.

“¿Qué haces aquí, amigo?”, preguntó el duende al tener cerca a Arturo. “No dejaré que salgas a atormentar a nadie más”, advirtió el escalador con actitud desafiante. La respuesta enfureció a Jorge, quien se abalanzó hacia la entrada. Arturo presionó el detonador en su mano y cerró los ojos.

(continúa)

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