Treinta días (capítulo tres)

[Visto: 339 veces]

(viene del capítulo anterior)

Aquella noche, Alberto no durmió tranquilo. Entiende que, por más que treinta días se pasan volando, no hay razón suficiente para que ella se niegue a sus caricias. De hecho, hasta hace unos meses se la veía muy cariñosa con él… y de pronto las cosas habían cambiado.

A la mañana siguiente, llegó a la oficina con los ojos chinos. José, su compañero de módulo, se asustó de verlo llegar de esa manera y le preguntó qué le había pasado. “Me fui a dormir recién a las dos de la mañana”, le respondió Alberto y lanzó un profundo bostezo.

José trató de indagar por el motivo de esa falta de sueño pero Alberto le pidió hasta el almuerzo para contárselo. Su compañero respetó su pedido y espero hasta que se fueron a almorzar para saber de su preocupación.

“¿Y qué es lo que te tiene así?”, preguntó José en un brusco cambio de tema después del almuerzo. Alberto lo miró con cansancio y, aunque se mostró un poco reacio, su respuesta fue tajante: “Es Marisela, me ha pedido tiempo”.

(continúa)

Corres

[Visto: 354 veces]

Vas huyendo ya

tratando de alejarte

queriendo ser imparable

ante esos extraños sentimientos.

No pensaste que sucedería,

que sólo era un juego,

un sábado cualquiera

que te ayudara a divertir.

No imaginaste ni un segundo

que tu corazón cambiaría

ese frío insensible

por una ardiente calidez.

Y ahora corres otra vez

escapando de ese destino,

esperando no querer,

esperando no amar.

Noche lúgubre (capítulo dos)

[Visto: 313 veces]

(viene del capítulo anterior)

Carlos continuó corriendo como si alguien lo persiguiera. Cada minuto voltea hacia atrás sintiendo que están por alcanzarlo. Es así que, en una de sus distracciones, cae de forma durísima sobre la acera.

Se quedó quejándose en el piso por un par de minutos, hasta que miró una banca cercana. Se acercó hasta allí caminando con dificultad y se sentó. Revisó su pantalón: está raspado y sangrando profusamente.

“Será que tengo que quedarme aquí”, dijo Carlos en medio de su borrachera, sintiendo el frío que congela, la sangre que emana. Parece estar listo para lo que viene, hasta que alguien se le acerca y comienza a curar su herida.

“Gracias por ayudarme”, respondió Carlos al desconocido que lo auxilia. “En realidad, quiero que sepas que esto no es gratis”, señaló el desconocido al terminar de curarlo.

(continuará)

Treinta días (capítulo dos)

[Visto: 315 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Estuvo tranquilo, sin problemas”, fue la escueta respuesta de Marisela luego de un pequeño silencio. A Alberto le pareció gracioso este detalle y rió un poco. Ella le pidió que no se burlara, a lo que él respondió con un “está bien, está bien” que no le impidió mostrar que se siente alegre.

Marisela fue curiosa y le preguntó lo mismo. “Pesadísimo, mi jefe no me dejó ni respirar”, fue su pronta respuesta y ambos rieron. Justo llegó la cena y se pusieron a comer con mucho gusto; por tanto, él decidió que podía esperar hasta que salieran del restaurante.

Una hora más tarde, ambos caminan en dirección hacia el paradero. Hablan sobre cualquier cosa, pero él no tiene forma de meter su tema a la conversación. “¿Te ocurre algo?”, dijo Marisela viendo su ansiedad. Alberto se llenó de valor y comenzó a besarla.

Ella aceptó al inicio pero paró de pronto. “Sabes que nos pueden ver”, se excusó Marisela al verlo sorprendido. “Y yo quiero que nos vean, lo nuestro no tiene nada de malo”, respondió Alberto con cierto fastidio. “Treinta días, por favor… treinta días y ya nadie podrá decir nada”, dijo Marisela acariciándole el rostro.

(continúa)

Tatuajes y sombras (capítulo final)

[Visto: 323 veces]

(viene del capítulo anterior)

Silva puso sus manos sobre su abdomen, y vio que un gran corte lo hacía sangrar. El detective sintió que la vida se le iba y cayó de rodillas sobre el piso antes de caer desmayado. “Laura, nos salvaste”, dijo Flores agradecido hacia donde está ella.

Su sorpresa se convirtió en preocupación cuando vio que Laura yacía en el suelo. Él se acercó rápidamente a donde estaba, y pudo notar que tenía clavada una daga a la altura de su estómago. Aunque agonizaba, ella se preparó para dar sus últimas palabras.

“Él mencionó que estamos atados por la maldición, así que tenía que herirlo de alguna forma. Ahora ya soy libre”, explicó Laura antes de cerrar los ojos. Flores lloró con mucha tristeza por varios minutos hasta que reparó en un pequeño tatuaje en forma de mariposa que ella tenía en su cuello. “Es la cosa más bella que he visto”, señaló Flores en infinita contradicción.

En el baile

[Visto: 414 veces]

Estamos tan cerca

en ese reducido espacio

que parece prestarse

para tantas cosas.

Enciendo la radio

para sentirnos cómodos,

para transitar un poco,

para seguir el rato.

Poco a poco  nos gana

la emoción contenida,

un beso y otro

se suceden de repente.

Me animo a bailar,

tenerla en movimiento,

más cerca, más lejos,

en ese constante vaivén.

Paso a paso sin parar

pienso en mi próxima acción,

es que se acabó la espera,

es que estamos listos.

Noche lúgubre

[Visto: 370 veces]

No es una noche más en el bar de la Quinta Calle. Sentado en la barra desde hacía más de dos horas, Carlos va vaciando poco a poco cada vaso de cerveza que pide sin descanso. La mirada amargada que aparece en su rostro denota lo poco que el sabor del licor bendito le hace efecto en su ánimo.

Por el contrario, la desesperación parece hacer mayor efecto: a más sensación de amargura, la cerveza más rápido se acaba, y más pide para reponer. “!Hey, hey!”, grita cuando se da cuenta que su vaso está vacío después de un rato y el cantinero no se lo ha llenado.

“Lo siento pero ya estás borracho”, le respondió el hombre detrás de la barra y le pidió de modo cortés que se retire del bar. Carlos se rió de la respuesta pensando que era una mala broma pero, como el cantinero no cambiara de parecer, se puso agresivo y le exigió otro trago.

Treinta segundos después, los dos guardias lo empujan fuera del local y le demandaron el pago de lo consumido. Ofuscado por lo ocurrido, Carlos intentó volver a entrar pero ambos hombres lo repelieron haciéndolo caer de rodillas.

Viendo que no lograría su cometido, se levantó y metió una mano en su bolsillo. Encontró un billete de cincuenta y se los tiró al piso. “Ya no lo necesito”, dijo el borracho y salió corriendo por la acera.

(continuará) 

Treinta días

[Visto: 341 veces]

Tras meditarlo por mucho tiempo, Alberto tomó la decisión que esa noche es la noche. Termina de guardar sus cosas en las gavetas de su escritorio y sólo lleva un par de hojas en su mochila. Y aunque son las seis y media, está segura que Marisela lo aguarda unos minutos más.

Sale de la oficina y se dirige hacia la esquina. Ella ya lo está esperando y él apresura el paso para darle el alcance. Marisela lo recibe con una sonrisa y lo saluda con alegría. Alberto devolvió el saludo y le preguntó si había demorado mucho.

Ella se rió y dijo que sólo habían pasado dos minutos. Eso lo hizo sentir mejor y le pidió que fueran al restaurante que queda a la vuelta para comer algo. Pidieron algo de cenar y mientras esperaban, comenzaron a conversar sobre su día.

(continuará)

Tatuajes y sombras (capítulo quince)

[Visto: 355 veces]

(viene del capítulo anterior)

Ellos corrieron sin mirar atrás hasta que se sintieron cansados. A pesar del cansancio, Flores tomó un poco de aire y se disculpó con ella: “No creí que Silva podría estar tan obsesionado contigo, así que déjame protegerte”.

“No puedes protegerla”, habló el tatuado mientras se desvanecía y se transforma en el detective Silva. Él le explicó que había buscado a Laura por mucho tiempo, ya que está atado a ella por una maldición. “Y ese hechizo sólo acabará cuando ella muera”, señaló Silva y se apresuró en alcanzarla.

Flores sacó su arma y disparó dos veces. Las balas alcanzaron a su compañero pero, extrañamente, no parecen hacerle daño. “Cuándo entenderás que tú no puedes matarme”, dijo Silva en tono eufórico antes de lanzar un alarido de dolor.

(continúa)

El rey Azul (capítulo final)

[Visto: 392 veces]

(viene del capítulo anterior)

Azul se alejó pronto de las celebraciones y fue a recluirse a su carpa. No se siente bien pues, más que la guerra en sí, lo más difícil fue tener que tomar la vida de su gemelo. Se quedó llorando durante varios minutos hasta que Petreos entró en su aposento.

El príncipe se enfureció y le pidió que se fuera, pero Petreos no había llegado para irse así de simple. “Entiendo que estés triste, pero hoy ya no puedes quebrarte: hay un reino que espera por su rey”, dijo el líder por voz tranquila pero firme. Azul dejó de llorar y le pidió que lo acompañara en el camino de regreso.

A la mañana siguiente, la guardia de caballeros está formada alrededor de él. Azul cabalgó de regreso hacia el castillo, aquel que no veía desde hace más de cinco años. Su sentimiento era ponerse a la defensiva, así que se sorprendió al escuchar una sonora ovación.

La gente está alegre de verlo llegar. No sabe bien si porque es rey o si porque lo confunden con su gemelo. “No importa tanto el motivo, importan tus acciones”, afirmó Petreos sabiamente. Azul agradeció la confianza y desmontó, acercándose a la gente para recuperar esa sensación de calor humano que había olvidado.