Archivo de la categoría: Fragmentos literarios

Breves creaciones literarias del autor

Noche lúgubre (capítulo ocho)

[Visto: 353 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Laura, te lo pido, quedémonos un rato más, hasta que te sientas mejor”, dijo Carlos algo ansioso. “No ya, es muy tarde, es mejor que me vaya”, retrucó ella y se disponía a irse sola, cuando él le pidió acompañarla a tomar un taxi.

Ella aceptó y los dos salieron por la puerta del bar. Como no vieron ningún carro llegar, caminaron en dirección al parque. Carlos empezó a contar algunas anécdotas graciosas, haciendo que ella se riera a carcajadas mientras recorría el sendero de hojas caídas.

De pronto, Laura se sintió cansada y quiso sentarse en algún sitio. “Déjame descansar un par de minutos”, fue lo que dijo al divisar una banca y sentarse a recuperar el aliento. Al verla tan indefensa, Carlos iba a sacar el puñal cuando la oyó reírse de una forma muy extraña.

Los ojos de Laura rápidamente se oscurecieron y, con una voz que parece provenir de muy lejos, habló: “Yo ya sé que vienes a matarme”.

(continuará)

Noche lúgubre (capítulo siete)

[Visto: 388 veces]

(viene del capítulo anterior)

Ella se le queda mirando: es obvio que le parece atractivo. De pronto, se da cuenta que él se acerca hacia su mesa. Se ruboriza un poco pero, con total tranquilidad, él se sienta a su costado y la saluda.

“Hola, soy Carlos”, dijo el joven y le extendió su mano. “Soy Laura”, dijo ella y lo saludó del mismo modo. Comenzaron a hablar de cualquier cosa, tanto que las bromas y las risas fluyeron mientras los tragos iban y venían en esa noche tan oscura.”He notado que te gusta bailar… ¿bailamos?”, preguntó Carlos como si no estuviera urgido por nada.

Laura asintió y ambos  fueron a la pista de baile. Se les veía bastante animados con cada uno de los pasos que hacen, hasta que ella se sintió un tanto cansada. “Vamos a sentarnos”, le aconsejó Carlos al verla así. “Creo que es mejor si ya me voy”, respondió ella y acercándose a la mesa recogió su cartera.

(continuará)

Noche lúgubre (capítulo seis)

[Visto: 347 veces]

(viene del capítulo anterior)

Carlos llegó al bar sin prisa, aunque más ansioso que de costumbre. Pensó que los vigilantes no lo dejarían entrar ese sábado pero ellos, que rápido olvidan o tal vez por el dinero que gasta, le permitieron pasar.

Miró de un lado a otro del bar. Era obvio que ella aún no había llegado, así que se pidió una botella de cerveza. Luego una segunda. Una tercera. Habría pedido una cuarta, de no ser porque su víctima apareció de pronto y se sentó en una de las mesas del bar.

Carlos se la quedó mirando, mientras ella espera que llegue su trago. La música está a todo dar y la joven mueve sus hombros al compás del melodioso sonido. Cierra sus ojos para concentrarse en oír. Oír, pero no con el sonido. Oír con su cuerpo, ser sensación de movimiento.

Ella se despabila mientras las notas musicales recorren cada fibra de su ser… y se siente renovada. Para cuando abre sus ojos, toma conciencia de su alrededor. Se sonroja al notar que todos se ríen un poco. Todos excepto uno, el chico de la barra que la mira con complacencia.

(continuará)

Noche lúgubre (capítulo cinco)

[Visto: 369 veces]

(viene del capítulo anterior)

Carlos intenta tomar valor durante todo el día. Por lo general, le gusta de preparase el desayuno por la mañana y hacer las compras por la tarde antes que llegue la noche del sábado, ese bendito momento donde la razón cede su lugar al desenfreno del licor.

Pero no esta vez. Con el cofre en su cuarto, prefiere salir a comer fuera. El desayuno se lo tomó volando y, hasta la hora de almuerzo, se la pasó paseando por parques y avenidas, queriendo despejar su mente. Tras almorzar en un restaurante, se dirigió hacia su casa, caminando tan lento que tuviera todo el tiempo del mundo.

Y no era así. Llegó con el ocaso haciéndose presente. Se dio una ducha y se vistió listo para la noche. Estaba a punto de colocar la llave en la ranura de la puerta, cuando recordó que había olvidado lo más importante: el cofre. Volvió hasta su cama y lo abrió.

Miró con temor el puñal pero decidió tomarlo en sus manos. Lo pesó y sintió un terrible escalofrío, mas no lo soltó. “Acabemos con esto”, dijo Carlos colocando el puñal en su bolsillo y dirigiéndose a la salida.

(continuará)

Noche lúgubre (capítulo cuatro)

[Visto: 360 veces]

(viene del capítulo anterior)

Aún un tanto asustado por lo ocurrido, Carlos avistó un taxi cerca de allí y lo alcanzó. Para su suerte, está vacío y le pide al taxista que lo lleve a su casa. Una vez llegado a su hogar, se dirige directamente a su habitación. Hasta su cama, donde se echa con la ropa puesta.

Cualquiera diría que es hora de dormir, pero no puede. Siente tanto en su cerebro saber que tiene un puñal en sus manos, que es como si pesara más de lo creíble. “Esto no puede estar sucediendo”, se dice para sí intentando olvidar que esa caja está en sus manos, sin poder lograrlo.

Finalmente se duerme. El sol de la mañana de un tibio sábado se presenta como rayos por su ventana. Ha llegado el día en que tendrá que cumplir su destino. “Ojalá y la noche llegue rápido. Ojalá y esto termine pronto”, repite una y otra vez en su interior, resignado a lo que venga.

(continúa)

Noche lúgubre (capítulo tres)

[Visto: 330 veces]

(viene del capítulo anterior)

Carlos se quedó sorprendido por las palabras del desconocido. Le preguntó a qué se refería su frase. “Quiero que vuelvas mañana al bar y encuentres a esta chica”, contestó quien lo había auxiliado, entregándole una foto de la persona en cuestión.

Carlos empezó a mirar la imagen. Una sonrisa se dibujó en su rostro: es una chica linda aunque, por alguna razón, muestra un rostro triste. Luego, el hombre le entregó una cajita de madera en sus manos. Carlos creyó que sería un regalo para la joven.

Tembló un poco cuando se dio cuenta que adentro había un puñal. “Necesito que la mates por mí”, fue la escueta orden del desconocido. Carlos se negó e intentó alejarse, pero no pudo caminar muy lejos. Sintió su herida abrirse y sangrar otra vez.

Miró a su ocasional enfermero: un brillo morado apareció en sus ojos. “Si te niegas, tú pagarás con tu vida”, señaló el desconocido con tono intimidatorio. Al instante, se apagó ese brillo y Carlos notó cómo su herida dejó de sangrar.

(continuará)

Noche lúgubre (capítulo dos)

[Visto: 313 veces]

(viene del capítulo anterior)

Carlos continuó corriendo como si alguien lo persiguiera. Cada minuto voltea hacia atrás sintiendo que están por alcanzarlo. Es así que, en una de sus distracciones, cae de forma durísima sobre la acera.

Se quedó quejándose en el piso por un par de minutos, hasta que miró una banca cercana. Se acercó hasta allí caminando con dificultad y se sentó. Revisó su pantalón: está raspado y sangrando profusamente.

“Será que tengo que quedarme aquí”, dijo Carlos en medio de su borrachera, sintiendo el frío que congela, la sangre que emana. Parece estar listo para lo que viene, hasta que alguien se le acerca y comienza a curar su herida.

“Gracias por ayudarme”, respondió Carlos al desconocido que lo auxilia. “En realidad, quiero que sepas que esto no es gratis”, señaló el desconocido al terminar de curarlo.

(continuará)

Noche lúgubre

[Visto: 369 veces]

No es una noche más en el bar de la Quinta Calle. Sentado en la barra desde hacía más de dos horas, Carlos va vaciando poco a poco cada vaso de cerveza que pide sin descanso. La mirada amargada que aparece en su rostro denota lo poco que el sabor del licor bendito le hace efecto en su ánimo.

Por el contrario, la desesperación parece hacer mayor efecto: a más sensación de amargura, la cerveza más rápido se acaba, y más pide para reponer. “!Hey, hey!”, grita cuando se da cuenta que su vaso está vacío después de un rato y el cantinero no se lo ha llenado.

“Lo siento pero ya estás borracho”, le respondió el hombre detrás de la barra y le pidió de modo cortés que se retire del bar. Carlos se rió de la respuesta pensando que era una mala broma pero, como el cantinero no cambiara de parecer, se puso agresivo y le exigió otro trago.

Treinta segundos después, los dos guardias lo empujan fuera del local y le demandaron el pago de lo consumido. Ofuscado por lo ocurrido, Carlos intentó volver a entrar pero ambos hombres lo repelieron haciéndolo caer de rodillas.

Viendo que no lograría su cometido, se levantó y metió una mano en su bolsillo. Encontró un billete de cincuenta y se los tiró al piso. “Ya no lo necesito”, dijo el borracho y salió corriendo por la acera.

(continuará) 

El rey Azul (capítulo final)

[Visto: 391 veces]

(viene del capítulo anterior)

Azul se alejó pronto de las celebraciones y fue a recluirse a su carpa. No se siente bien pues, más que la guerra en sí, lo más difícil fue tener que tomar la vida de su gemelo. Se quedó llorando durante varios minutos hasta que Petreos entró en su aposento.

El príncipe se enfureció y le pidió que se fuera, pero Petreos no había llegado para irse así de simple. “Entiendo que estés triste, pero hoy ya no puedes quebrarte: hay un reino que espera por su rey”, dijo el líder por voz tranquila pero firme. Azul dejó de llorar y le pidió que lo acompañara en el camino de regreso.

A la mañana siguiente, la guardia de caballeros está formada alrededor de él. Azul cabalgó de regreso hacia el castillo, aquel que no veía desde hace más de cinco años. Su sentimiento era ponerse a la defensiva, así que se sorprendió al escuchar una sonora ovación.

La gente está alegre de verlo llegar. No sabe bien si porque es rey o si porque lo confunden con su gemelo. “No importa tanto el motivo, importan tus acciones”, afirmó Petreos sabiamente. Azul agradeció la confianza y desmontó, acercándose a la gente para recuperar esa sensación de calor humano que había olvidado.

El rey Azul (capítulo catorce)

[Visto: 421 veces]

(viene del capítulo anterior)

El duelo era parejo. Como si fuera un espejo, los gemelos chocaron sus espadas una y otra vez, anulando sus respectivos ataques. Sin embargo, luego de media hora, el cansancio empezó a mermar a Eduardo: su disipada vida le está pasando una enorme factura.

Sus golpes de espada empezaron a volverse poco efectivos, lo cual aprovechó Azul para pasar decididamente a la ofensiva. Eduardo apenas pudo aguantar dos golpes: el primero le derribó su escudo, el segundo le hizo sangrar el hombro derecho.

“Ríndete, no quiero seguir hiriéndote”, dijo el príncipe viendo jadear más de la cuenta a su gemelo. “¡No me vengas con misericordias! ¡Ven a luchar!”, gritó Eduardo y se le fue encima, pero no pudo seguir más: Azul vio la defensa baja y clavó su espada por el estómago de su rival.

“Adiós hermano”, fue lo último que dijo el príncipe a Eduardo, quien se derrumbó muerto sobre el suelo. “El rey ha muerto, ¡que viva el rey!”, gritó Petreos y se acercó a Azul para felicitarlo. Los rebeldes también se acercaron a su líder.

(continuará)