Las luces de la ciudad permiten una mayor visibilidad al avión que ya llegó al valle. El piloto llama por radio esperando confirmación de la orden. “Afirmativo”, responden del otro lado sin un ápice de duda. “Que Dios te perdone, Ciudad Tejeda”, atina a reflexionar el copiloto mientras sale hacia la parte posterior del avión.
En tierra, la procesión se ha desenvuelto con normal lentitud al paso sereno de los fieles. Algunos, sin embargo, creen observar, en medio de la noche, una mancha que cae rápidamente. Un estallido ocurre a pocas cuadras de allí, luego un inusitado temblor en el suelo, luego gritos de pánico, luego el fuego…
Unos kilómetros alejados de la ciudad, Jano, Mirella y Neto contemplan entristecidos la desolación del ataque. “No hay esperanza”, Neto rompe el silencio con pesar. Entonces, Jano recordó a su compañero caído: “Quinto decía que siempre que existiera un encapuchado, habrá esperanza”. Luego, volvió a caminar hacia fuera del valle, mientras murmuraba: “No te defraudaré”.