A los pocos minutos, un señor entró en la habitación. Era alto, delgado, el color de su cara un tanto pálida mas, en su sonrisa, veía una nota de esperanza. Al paciente le resultaba familiar el aspecto físico de recién llegado; sin embargo, no pudo reconocerlo.
“¿Quién es usted?”, le preguntó intrigado Darío. “Soy tu tío José, sobrino de tu abuela”, afirmó el desconocido con absoluta firmeza. “No recuerdo que ella te mencionara”, respondió el joven con cierta desconfianza.
José le contó que desavenencias propias de la familia habían suscitado un rompimiento entre su padre y su tía, las mismas que se agravaron cuando él decidió quedarse a sembrar su hacienda en el norte, y ella viajar a la capital a labrarse un futuro.
“Vine aquí hace unos meses a visitarla, pero es la primera vez que logré encontrarte”, aseveró José, terminando su narración. “Supongo que me llevarás donde mi abuela”, se entusiasmó Darío. “Si el médico lo permite, pues claro”, afirmó el tío con una gran sonrisa.