Hubo un momento de cuasi silencio, en que sólo los pasos se podían oír, avanzando por los techos. Finalmente, Melvin y Jano se ocultaron detrás de una pared. Aprovechando que cargaban nuevas balas, Melvin puso una mano sobre el hombro de su amigo. “Mendieta”, refiriéndose al traficante de armas, “no es el pez gordo. Hay alguien detrás moviendo los hilos”.
Jano lo miró extrañado, pero decide seguir escuchándolo. Su amigo le comenta que se ha enterado de, e incluso espiado, reuniones secretas con un individuo alto y reservado. “Le dicen El Mecenas. Capté su rostro y me puse a buscarlo. Él se llama…”, y no pudo continuar. Una ráfaga casi los alcanza.
“Tienes que irte”, le alcanzó a decir Melvin en medio del ensordecedor rugir de las metrallas. Jano no daba señales de hacerle caso; al contrario, quería luchar a su lado. Consciente que su amigo debería descubrir el secreto, se acercó a él y lo sostuvo por los brazos. “Lo siento”, se lo cargó sobre su espalda y lo tiró abajo del edificio…