Mica, aunque insegura, accedió a su petición. José abrió la puerta y bajaron juntos, incluso pasaron entre sus padres que seguían roncando como si nada. Salieron de la casa y caminaron por el parque.
“No soy humano: soy un ser mágico, un guardián de la noche”, empezó por explicar José. Él le contó que desciende de Nix, el mitológico ser con que los antiguos nombraron a la noche. “Me enviaron para conocer el mundo… hasta que te conocí a ti”, dijo él dando a revelar su sentimiento.
José le contó que tenía que hacer su labor con discreción, pero no pudo dejar de admirar aquella juvenil belleza al salvarla aquella noche. “Ahora me encuentro en un dilema: olvidarte o morir… y no creo que pueda lo primero”, se confesó él y comenzó a entristecerse.
“¿Y cómo es que morirás?”, preguntó ella aun sin entender del todo. “Recibiré los rayos de sol del amanecer y me desvaneceré para siempre”, respondió el muchacho de la noche empezando a llorar. Los dos se abrazaron en un momento que se hizo eterno.
Estuvieron conversando de cualquier cosa hasta que el primer albor de la mañana le avisó a José. “Me tengo que ir”, dijo él y la abrazó otra vez. Mica le rogó que se ocultara, que se escondiera, y lo tomó del brazo para llevarlo a un lugar con sombra.
Fue entonces que José se escurrió de sus manos. La joven trató de alcanzarlo pero no logró su cometido: el sol iluminó el cielo y el muchacho de la noche se hizo difuso en el cielo. “Adiós José, gracias por salvarme”, se despidió Mica mirando al firmamento con ojos llorosos.