La tormenta amainó un poco luego de unas horas, pero la embarcación ya estaba fuera de su curso original. Entonces, anselmo dirigió el navío hacia la cercana costa del noroeste. Arrivó a una zona boscosa y, apenas bajó, empezó a inspeccionar los daños. No parecía haber alguno de consideración, por lo que aprovechó para que la tripulación tomara un descanso.
Fue durante ese lapso que Zenón salió de su aposento. El viejo marino tenía una lamentable apariencia, con ojeras pronunciadas y una baraba abundante. sin embargo, o peor era ese olor pestilente que provenía de sus ropas, fruto solamente del descuido. Anselmo quedó impactado con tal aspecto, mas su preocupación se desvaneció al observarlo lavarse y rasurarse.
Una vez que terminó de asearse y vestirte con atuendos nuevos, el marino se le acercó: “Veo que ya está mejor”. “Gracias, mi viejo amigo”, le contestó Zenón con amabilidad, “de no ser por tu guía, habríamos sucumbido en esa tormenta. Ahora, tomo el mando”. Y dirigiéndose a los hombres rescostados sobre los árboles, les arengó: “Zarpamos a Endevia”…