(viene del capítulo anterior)
Son las seis y media de la mañana. La perilla de la puerta gira después de ser abierta por fuera. Jorge entra en la habitación y sus ojos cansados sólo pueden ver la cama que está delante. Como una pluma que es arrastrada por el viento, se deja llevar y cae pesadamente sobre el viejo colchón.
La una de la tarde recién le dio la bienvenida a un nuevo día. Miró su reloj y, aún incrédulo por lo sucedido, brincó de la cama y se fue al baño a darse un duchazo. Una vez repuesto de la resaca, tomo otra vez su cuaderno y se puso a escribir.
“Nos sentamos en la barra y él pidió unos tragos. Mientras esperábamos, yo miré hacia la pista de baile. Las parejas de chicos y lesbianas bailaban con total normalidad, como cuando Nati y yo éramos pareja y nuestras amigas y amigos nos acompañaban en las juergas. Al fin y al cabo, pensé también son personas.
Fue en ese momento de suprema reflexión, cuando sentí que Roberto deslizo su mano al costado de la mía. Y aunque me sorprendí, hice lo necesario para que no pareciera evidente. Como el barman demoraba, él me invitó a bailar. Acepté de buena gana y sentí que podía danzar con tanta gracia, que no importa quién sea mi pareja de baile.
Sentí que tengo una nueva actitud, un nuevo compromiso. Sentí que soy otra persona. Sentí, en fin, la verdadera libertad”.
(continúa)