El Cyber Blue

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Cuatro y cincuenta. Tan sólo faltan diez minutos para bajar el archivo, corregir unas palabras e imprimirlo en el papel. Todo este pensamiento se repite como mantra en la cabeza de Gabriel, mientras aguardaba, quieto pero nervioso, que el carro lo dejara en la esquina 25, a menos de una cuadra de la calle de los informáticos.

Era esta un pequeño grupo de galerías donde los stands eran ocupados por personas dedicadas a la prestación del uso de compus con Internet y relacionados. En espacial había un puesto, el Cyber Blue, donde Gabriel se sentía a gusto por el buen trato del administrador, la rapidez del erquipo y el bajo costo del servicio, así como un ambiente confortable, amigable, “azul”.

Apenas bajó de la custer, Gabriel empezó a correr, mientras intentaba sacar una moneda de su bolsillo, teniendo en cuenta que haría la corrección y el impreso en el menor tiempo posible. De pronto, alguien le pasó la voz. Gabriel hizo el ademán de devolver el saludo, y un golpe seco, como ante cemento, lo tumbó al suelo.

Estuvo tendido quince, treinta, tal vez 45 segundos, el joven se llevó la mano a la frente más no sintió ningún dolor. Así que, dejando atrás el inesperado poste en su camino, se incorporó y avanzó raudo hacia la galería. Una vez dentro del Cyber Blue, pidió al encargado, a la alocada, que le diera tiempo libre, mientras buscaba un sitio vacío donde sentarse.

Finalmente, halló una máquina sin ususario, se sentó y quiso abrir una página web, sin éxito. Probó otra vez pero nada ocurrió en la pantalla. En cambio, el lugar todo parecía tomar una tonalidad azul en el aire, las paredes, e incluso su misma piel. Exasperado, Gabriel pidió ayuda el encargado, quien pareció no escucharlo.

Fue en ese instanete que la pantalla se tornó blanca, con unas manchas pocos definidas, manchas que poco a poco se aclaraban y formaban una imagen de aquella esquina, con aquel poste… y aquel joven tirado en medio de un charco de sangre. Gabriel hizo el ademán de pararse pero llegó el administrador, que también se veía todo de azul. Poniendo una mano sobre su hombro, él le dijo: “Puedes quedarte todo el tiempo que quieras”.

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