(viene del capítulo anterior)
Una vez que llegó al aeropuerto, Memo no le dijo nada a su jefe. Salvo para despedirse de él al llegar su taxi, no sentía ninguna empatía en continuar alguna conversación. Como quiera que Aníbal siguió entusiasmado con el libro, no le hizo mucho caso.
Fue así como Memo arribó hasta su casa y se dispuso a dormir. Dejó la maleta a un costado de la cama y, apenas con cambiarse el pijama, se metió a la cama. A eso de las cuatro de la mañana, sintió como que alguien se sentó encima de su cuerpo. Intentó poder ver qué podía ser esa opresión, pero todo se veía muy oscuro en su habitación.
Finalmente, unos minutos después, esa presión desapareció tan misteriosamente como llegó. Memo se sentó en su cama y, luego de sentirse más aliviado, fue al baño a echarse un poco de agua en la cara. “Fue un mal sueño”, se dijo para sí y volvió a su cama. El reloj marcó las cinco. Decidió que era mejor abrir un libro y leer un poco antes que llegara el alba.
(continuará)