A la Sazón: Behind the Scene

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[Advertencia: Los presentados en este relato son personajes ficticios y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.]

La Pelvia apenas podía abrir sus ojos. Cuando logró hacerlo por completo, recordó los momentos previos a la entrada de su invitado, quien había llegado con las justas pues salió tarde de su trabajo y, mientras almorzaba y se alistaba, demoró lo mismo que una chica cuando se va de compras. Ni hubo tiempo para ensayar, apenas cinco minutos para que su asistente le explicase la tónica del show y, de paso, avisarle que La Pelvia, el famoso travesti venido a menos con este programa de cocina, solía sobrepasarse un tanto con sus entrevistados.

Para mala suerte de Pelvia, él tuvo un día pésimo en la oficina, teniendo que soportar las fuertes críticas de su jefe por su baja comisión de ventas y, de paso, por el desánimo que le causaba haberse dejado convencer por Luis Deryta de que ésta era una buena opción para que explote su carrera como escritor. De hecho, lo primero que Pelvia vió fue a Luis, al pie de su cama, con una cara de alivio, pero denotando aquellas ojeras de la noche anterior.

“Tiene suerte que no lo denuncie porque es tu amigo”, dijo Pelvia, recuperando la conciencia sobre el dolor que estaba sufriendo: tras la arremetida del travesti en pleno show, Héctor salió corriendo ofuscado para bastidores, pero “ella” lo siguió, originando una gresca de la que salió muy magullada, con la cara moreteada y el estómago doliente por la paliza recibida. Sabía bien que, de no ser por Luis, habría aceptado la ayuda de inescrupulosos abogados dispuestos a demandar al blogger y quitarle hasta el último centavo.

“Ya lo creo”, afirmó Luis, y le comentó a la animadora que más tarde su atacante iría a disculparse: dicho y hecho, casi anocheciendo, Héctor apareció por el hospital, sin ocultar los arañazos que ella le propinó por defenderse. “Perdona que te haya ocurrido esto”, comenzó, “no tengo forma de justificar mi agresión”; Pelvia comprendió que sus disculpas eran sinceras y se dispuso a levantarse, pero el cansancio era grande y cerró los ojos, mientras oía retumbar “Pelvia, Pelvia”…

-Pelvia…

-Dime.

– ¡¡¿Por qué me tocas la pierna?!!

– Sorry, me sentí mareada de repente, pero ya estoy mejor… y bien, cuéntame, ¿cuál fue el momento más picante?

– Déjame pensar… Ya recuerdo: creo que el momento más picante de mi vida fue…

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