Pacto de necesidad

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César recibió una llamada a las once de la noche. Camila, su amiga de la universidad, es quien se comunica a tan extraña hora. Él responde y lo primero que nota son los sollozos que emite su amiga. “Dime Camila, ¿qué pasó?”, preguntó preocupado por su llanto. “Ven pronto a mi casa, tengo algo que decirte”, fue lo que dijo antes de cortar.

Él se lo pensó un par de minutos, pero al final decidió ir. Poco importó que mañana tuviera clase a las nueve, o que la casa de su amiga quedara a diez minutos en auto. Salió de su departamento rápidamente, con la esperanza que ella no hubiese cambiado de opinión por no verlo llegar a tiempo. Quizá al final demoró veinte o veinticinco minutos hasta que llegó a la puerta de la casa.

Tocó el timbre y oyó cómo unos pasos presurosos se acercan detrás de la puerta. “¿Quién es?”, pregunta ella para asegurarse. “Soy yo, César”, confirma él y la puerta se abre despacio. Él quiere saludarla pero ella se adelanta. Lo abraza con mucha ansiedad y él demora un poco en darse cuenta que su abrazo no es solo protección, también consuelo. “Ya estoy aquí”, dijo César transmitiéndole seguridad.

(continuará)

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