“Ya son las seis”, dijo Álvaro luego de ver su reloj en la mesa de la cafetería. Había pasado más de media hora desde que llamó a Sixto, y él le había prometido que se verían para conversar aquella tarde. Pensó que no habría problema si espera unos cinco minutos más. Como el café estuviera por acabarse, se tomó el último sorbo y se fue a pedir otro en el mostrador.
En ese proceso estaba, cuando sintió que su celular vibra en el bolsillo de su pantalón. Álvaro no logra contestar pero, luego de pagar, vuelve hasta su mesa y mira la pantalla del celular. Precisamente su amigo es quien le ha timbrado. Sin demora, Álvaro marca el número y espera que le contesten.
“Hola Sixto. ¿Por dónde andas?”, pregunta su amigo. Sixto señala que se encuentra al frente. “Ya pues, cruza hasta la cafetería. Allí nos vemos”, respondió Álvaro más aliviado. Dos minutos más tarde, Sixto apareció a su lado y su amigo se levantó para saludarlo muy efusivo. “Amigo, ¡qué bueno verte!”, dijo Álvaro mirándolo. Con un gesto sobrio pero serio, Sixto se limitó a agradecerle.
(continuará)