Treinta días (capítulo ocho)

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(viene del capítulo anterior)

El desánimo de Alberto fue muy evidente en su oficina. Desde el día que discutió con Marisela, tenía una actitud rebelde y desafiante. Aquella semana, Alberto terminó amonestado y suspendido un día de sus labores.

Ese día nefasto, se fue para su casa y se echó sobre su cama, intentando comprender por qué esa discusión lo fastidia demasiado. Y sólo se le ocurrió lo primero que le vino a la cabeza: llamó a Marisela para saber qué de malo está pasando entre los dos.

Pero ella, sabiendo que se trata de él, no contesta. La llamada va al buzón de voz. “Por favor, déjame ayudarte, déjame entender qué es lo que te pasa”, dijo el joven y su voz se quebró al decirlo. “Espérame tres días, sólo tres días más. Te lo pido por favor”, Marisela contestó emocionada al minuto siguiente.

(continuará)

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