Treinta días (capítulo tres)

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(viene del capítulo anterior)

Aquella noche, Alberto no durmió tranquilo. Entiende que, por más que treinta días se pasan volando, no hay razón suficiente para que ella se niegue a sus caricias. De hecho, hasta hace unos meses se la veía muy cariñosa con él… y de pronto las cosas habían cambiado.

A la mañana siguiente, llegó a la oficina con los ojos chinos. José, su compañero de módulo, se asustó de verlo llegar de esa manera y le preguntó qué le había pasado. “Me fui a dormir recién a las dos de la mañana”, le respondió Alberto y lanzó un profundo bostezo.

José trató de indagar por el motivo de esa falta de sueño pero Alberto le pidió hasta el almuerzo para contárselo. Su compañero respetó su pedido y espero hasta que se fueron a almorzar para saber de su preocupación.

“¿Y qué es lo que te tiene así?”, preguntó José en un brusco cambio de tema después del almuerzo. Alberto lo miró con cansancio y, aunque se mostró un poco reacio, su respuesta fue tajante: “Es Marisela, me ha pedido tiempo”.

(continúa)

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