La caída de Toño (capítulo dos)

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(viene del capítulo anterior)

Hace dos días sólo era una persona normal, lidiando con las visicitudes de una familia numerosa y un empleo rudo y poco remunerado. Y hace apenas una semana había comenzado a laborar en la nueva edificación que se levantará pronto en el barrio ficho. Es verdad que me cansaba cargando los sacos de cemento o las varillas de fierro.

También es cierto que el viaje de regreso hasta mi casa me maltrata mucho la espalda. Pero todo aquello se borraba, cuando entro en mi casa y mis tres hijos me reciben con sus abrazos y me llenan de besos. Son las siete de la noche, y sólo mi esposa demora en saludarme. Está en la cocina, terminando de hacer la cena.

Ella nos alcanza y me da un beso un tanto apurado. Nos llama a comer, y la niña y los niños terminan rápido su sopa y su segundo. Se despiden luego de nosotros y se van a sus habitaciones para dormir. Recojo los platos de la mesa y, mientras los lavo, ella se acerca por detrás.

Sus manos circundan mi cintura y se quedan suavemente pegados a mi cuerpo. “Amor, hoy no hiciste postre”, dije mirándola con dulzura. “Ya está listo, sólo que lo hice para ti”, respondió con fina coquetería y me robó un beso. Qué ironía que, por una motivación diferente, aquella noche tampoco pude dormir.

(continúa)

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