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No necesita ser desierto
para que las gotas de agua
se evaporen tan frágiles.
Desaparecen como la paciencia,
que recorre la espera
sin saber si es accidental
o alguna maniobra dilatoria.
El calor corporal aumenta
así como la frustración interna,
pereciendo el cabello mojado
y el sentimiento de esperanza.
No podría vivir así,
seco por fuera, seco por dentro,
atormentado por una hoguera
más calurosa que una estrella.