(viene del capítulo anterior)
La explosión fue vista por los escaladores, quienes sorprendidos vieron cómo grandes rocas empezaron a caer sobre ellos. Por fortuna, Rosa y los demás se colocaron debajo de una saliente, escapando de una muerte segura.
Luego que se disipó el humo, salieron a observar la situación de la zona: la entrada de la cueva quedó cerrada con la cantidad de rocas que cayó sobre su entrada. Rosa se arrodilló frente a la pared de piedras y comenzó a llorar la pérdida de Arturo.
Los otros escaladores también estaban tristes. Arturo había sido un líder para ellos y su sacrificio, aunque los enorgullecía, los privó no sólo de un excelente escalador: también de un gran amigo. A manera de homenaje, ellos dejaron sobre las rocas unas flores silvestres que encontraron cerca.
Viendo que caía la noche, iniciaron el descenso hacia el campamento. Esa noche, parte de la pared de rocas se desmoronó, dejando al descubierto una mano del duende: esa mano que movió lentamente sus dedos… pugnando por salir, otra vez, al exterior.