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Sintiéndome dolido y apesadumbrado,
me lancé a la oscuridad penosa
de la noche infinita e ingrata,
esperando ocultarme y no regresar.
A merced de las turbias sombras,
a segundos de desaparecer,
en medio de silencios y tinieblas,
una luz ardorosa y tibia
vino de lejos a mi último rescate.
Y decidí abrir los pesados ojos
que antes cerré por mi abandono,
y te vi allí, sujetando mi mano:
tú, mujer, que eres ángel salvador sin alas,
que hoy me devolviste la esperanza.