Comitiva en Jarumarca (capítulo cinco)

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(viene del capítulo anterior)

Fue una noche larguísima para Camilo: aunque su primo le dijo que no se preocupara por el entierro, el pistolero trató de dormir pero sólo consiguió cerrar los ojos luego de hacer divagar su mente en pensamientos triviales.

Eran casi las tres de la mañana. Un ruido proveniente de la sala lo hizo levantarse y empuñó su revólver para ver quién caminaba por allí. Con mucho sigilo, salió de la habitación. Oyó nuevos pasos y esperó detrás de una pared.

Finalmente, Camilo se decidió entrar en la sala apuntando con el revólver. Un anciano está parado junto al féretro, diciendo unos susurros. “¿Quién es usted?”, preguntó el pistolero esperando una respuesta breve y directa.

El hombre se volteó. Camilo quedó sorprendido, al ver que se trataba de la imagen de Nicanor Estrada, su padre, tal como lo vio hace veinticinco años, antes de irse de Jarumarca. “Descansa hijo, descansa”, le indicó su padre y se acercó para tomarle de la mano…

Camilo despertó sobresaltado: un sudor inmenso le cubría todo el cuerpo, pero su revólver, su fiel compañero, seguía como siempre sujeto a su diestra, impávido, sereno.

(continuará)

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