Reviviendo (capítulo tres)

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(viene del capítulo anterior)

Todo el día en la oficina me quedé pensando qué pudo haber causado esa sensación. Y a pesar que traté, no encontré explicación alguna. Mis compañeros, incluso, me preguntaron qué me pasaba porque me notaban ensimismado la mayor parte del día. “No es nada”, fue lo único que contesté con cierto fastidio para que no volvieran a cuestionarme.

Aquella noche, cuando volví a mi casa, eran las nueve y sólo tenía ganas de dormir. Me acosté en mi cama y rápidamente se me cerraron los ojos. Ellos me devolvieron al bus, donde despierto como si hubiera estado en un largo reposo. A mi costado hay otro pasajero. Tenía el cabello alborotado y vestía de forma desaliñada.

Busco mi celular para ubicarme pero no lo tengo. Le pregunto al pasajero por la hora. “No es temprano, ni es tarde. Sólo es la hora justa”, respondió en un tono misterioso. Desconcertado, le pregunté qué significa eso. “Aquí no lo puedes entender. Tienes que despertar”, fue su susurrante aseveración.

Como me aburrieran sus palabras, incliné mi cabeza en la ventana y cerré los ojos. Cuando los abrí de nuevo, la luz de mi habitación entró por la ventana. Es un nuevo día y me deja sorprendido.

(continúa)

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