Disputa en Los Robles (capítulo dos)

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(viene del capítulo anterior)

Hace un año, Lucho ni siquiera se hubiera imaginado estar en una situación tan peligrosa. Vivía en el campo, junto con su padre, en una casa de material noble. No es que fue pobre toda su vida: había vivido de forma confortable hasta la adolescencia, cuando una larga sequía mató sembríos y ganados y obligó a su padre a vender gran parte de sus tierras para sobrevivir.

Pero no fue lo único que se llevó: su madre decidió volver a la ciudad y, a pesar de su esfuerzo, su padre ya mostraba signos de agotamiento. “Lucho, un día de estos le avisaré a mi hermano y no tendrás ya de qué preocuparte”, le decía su viejo cada vez que notaba a su hijo desganado o deprimido.

Lucho apenas si recordaba a su tío Rodolfo: se había ido a buscar oportunidades cuando él todavía era muy pequeño. Pero lo más extraño, era que su padre no lo había vuelto a mencionar salvo ahora que sentía que su precariedad era más evidente.

Unas llamadas, y días más tarde, se encontró con su viejo viajando en uno de esos buses interprovinciales recorriendo carreteras sin asfalto en medio de pueblos con casas vetustas… hasta que bajaron en una entrada rural pero imponente, coronando una cerca de madera que se extiende firme por varios kilómetros.

“Este es Los Robles, la hacienda de tu tío”, dijo el viejo con una mezcla de pecho henchido de orgullo y decepcionante antipatía.

(continúa)

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