(viene del capítulo anterior)
Ingresé rápido en la casa de mi abuela y fui directamente hasta la mesa a dejar la bolsa de pan. Ella, que había notado mi impaciencia cuando la saludé, preguntó si me sentía bien. “Sí, todo bien”, respondó y fui al baño con la excusa de lavarme las manos.
Cerré bien y me enfoqué en echarme agua en la boca, esperando quitarme de la boca esa sensación de humo. Mi abuela tocó la puerta al ver que demoraba. “Se va a enfriar tu lonche”, afirmó ella del otro lado de la puerta. Me apresuré en contestarle que ya salía. Cerré el grifo del lavabo y salí.
Tomé el lonche con rapidez y silencio. Me despedí de mi abuela, diciéndole que tenía una tarea urgente que hacer. “Quizá mañana me sentiré mejor”, dije para mis adentros mientras llegaba hasta la avenida. Al día siguiente, cuando llegué para el almuerzo, me recibió el señor Erik. Su gesto adusto me puso al descubierto.
(continúa)