(viene del capítulo anterior)
Los niños, pese a su inicial desconfianza, adoptaron a Juan como su nuevo heladero, mientras la presencia de don Arturo se hizo menos visible. La amabilidad del joven los convenció de acercarse con total confianza a su vehículo. Un mes más tarde, José salió de su casa y le pidió a Juan un helado de vainilla.
Juan se sorprendió y le dijo que se le había acabado. “No puede ser… ¡tiene que haber uno por allí!”, exclamó el niño con mucho fastidio. El nuevo heladero le pidió que subiera al carro para que lo ayudara a buscar en la nevera. Mientras tanto, la mamá de José se preocupó de que su hijo ya estuviera cerca de media hora fuera de la casa.
Pero, cuando avanzó hacia la puerta, escuchó el golpe de nudillos de su hijo. Rápidamente, ella abrió la puerta y José entró con una sonrisa en sus labios y un helado en la mano. La mamá le preguntó por qué se había demorado tanto. “Lo siento, me puse a jugar con Juan”, se excusó el niño bajando la cabeza y caminó hacia su habitación.
(continúa)