Los bomberos estaban terminando de apagar el incendio. Neto, en cierto modo conmocionado, miraba desde el espacio que antes había ocupado la puerta de la bodega. El amigo con quien había concertado el pase le había avisado sobre las explosiones y, raudos los dos, fueron al lugar, donde si apenas puedo retirar a su tío de la vereda.
Demetrio tenía algunas magulladuras y pequeñas quemaduras. “¿Quién te hizo esto?”, le preguntó el ansioso joven. El viejo avaro sólo a decir “un hombre con capucha”. Luego le entregó un papel que sacó de su bolsillo. “No sé quién es, pero quizá él te ayude a encontrarlo”, agregó Demetrio antes de ser subido a la ambulancia.
Neto no perdió el tiempo, cogió su celular y marcó el número escrito. “¿Aló?”, respondieron del otro lado. “Hablo de parte de Demetrio”, señaló el joven. Contó que necesitaba hablar con el jefe, que el negocio había sido destruido, y que tenía pistas que conducían al responsable. “¿Dónde te encontramos?”, indicó la voz. Neto dijo que lo encontrarían en el hospital.
Él entró con su tío por emergencias, pero el viejo tranquilizó al muchacho y éste se dirigió hacia la sala de espera. No pasó mucho rato hasta que un hombre bien vestido le preguntara si era el sobrino de Demetrio. Neto asintió y el hombre le pidió que lo acompañara al estacionamiento. Abrió la puerta de una limosina estacionada, señalándole que pasara. Neto se sentó, y frente a él divisó la figura de una persona oculta tras unos lentes y un sombrero.
“Tú eres Yerbo”, casi susurró el joven. “Así es. Tú debes ser Neto, tu tío me habló de ti”, contestó el otro, agregando a continuación: “¿qué favor quieres que haga?” Neto se sorprendió por la cordialidad del interlocutor, pero fue al grano: “Necesito que encuentres al hombre en la capucha. Es el responsable de todo esto”. “¿Y qué harás cuando lo tengas?”, preguntó Yerbo. “Morirá”, respondió Neto sin vacilar…