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(viene del capítulo anterior)
Aún algo aturdido por lo ocurrido en la mañana, Memo se alistó y se dirigió a la oficina. Cuando abrió la puerta, encontró un panorama desolador. Los módulos de trabajo, salvo el suyo, estaban vacíos. Nada de papeles ni de personas. De pronto el blanco cubría con su inmensidad toda la oficina. A pesar de la extrañeza, dejó sus cosas en su módulo y caminó hasta la oficina de Aníbal.
Tocó la puerta cerrada pero no recibió respuesta. Algo ansioso, Memo tocó otra vez la puerta, con más fuerza. Aníbal reaccionó porque se acercó hasta allí y abrió la puerta. Memo se sorprendió de verlo jadeando, como si hubiera hecho algún ejercicio intenso. “¿Qué pasó con los demás empleados?”, fue la primera pregunta del joven. “Les di el día libre, pero no para ti. Tu aún tienes pendientes”, fue la contestación de su jefe, seguida de una orden.
Dicho esto, Aníbal pidió no ser molestado y cerró otra vez la puerta. Como no quería enfadar a su jefe, Memo volvió a sus labores hasta que acabó el día. Antes de irse, se despidió de su jefe desde la puerta pero no contestaron. Como se le hizo normal su trato indiferente, salió de la oficina y empezó a caminar calle abajo.
(continuará)