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(viene del capítulo anterior)
Alfredo avanzó por algunas calles de un distrito residencial. No parecía tener mucha prisa en llegar hasta el lugar indicado. Luego de encontrar el sitio, estacionó el auto y entró en la cafetería y se sentó en una mesa. Pidió la carta del menú y se la quedó mirando por largo rato. Aún estaba decidiendo en su mente qué pediría cuando una mujer se acercó y se sentó en la otra silla de la mesa.
Tenía el rostro oculto por unos lentes oscuros y una tela de color verdoso alrededor de la cabeza, pero el sonido de su voz era suficiente para saber quién era. “Me tuviste ansiosa sabiendo si vendrías”, dijo Lorena rompiendo por fin el silencio. “Estoy cumpliendo con la promesa que te hice, aunque este lugar no es tan privado”, señaló Alfredo algo incómodo.
“No te preocupes querido. Sólo me bebo esta taza de café y salimos de aquí”, habló la mujer con cierta fascinación. Dicho y hecho, Lorena terminó su café, pagó la cuenta y ambos salieron hacia el auto. Alfredo condujo por unas calles más hasta que llegaron a la entrada de un hostal.
Bajaron del coche y, agarrados de la mano, se dirigieron a la recepción.
(continuará)