(viene del capítulo anterior)
Memo estaba fascinado. Para ser su primer viaje al exterior, realmente lo está disfrutando. Sobre todo los paseos fuera del hotel le dan una hermosa vista de los atardeceres, esos paseos que realiza a solas. Y es que su jefe prefiere pasar durmiendo en su habitación o estar llamando a sus contactos para finiquitar sus negocios.
Para ser sinceros, Memo no entiende bien qué hace allí en París más de diez días. Sin embargo, eso cambió en la noche de ese décimo día. “Alístate que vamos a salir de la ciudad”, fue lo que le dice Aníbal escueto. Sorprendido por lo rápido del pedido, Memo tardó un poco de tiempo en vestir una camiseta y una chaqueta.
Luego de cinco minutos, salieron del hotel y un auto los espera. Aníbal le habla en francés al conductor y éste asiente sin chistar. Media hora después, avanzan por la carretera en medio de un campo desolado. En ese momento, el auto gira a la derecha y avanza por el campo hasta divisar una pequeña luz.
Aníbal le pide al conductor que se detenga. Ellos bajan y se dirigen hacia donde proviene la luz. Memo se da cuenta que hay una cabaña iluminada. Antes de llegar, su jefe le entrega una franela que envuelve algo. “Por si es necesario”, dice el viejo hombre. El joven mira dentro de la franela: una pistola aparece reluciente.
(continuará)