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Inesperado

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Son las seis de la tarde y nada parece ser especial en este ambiente. El aire de la oficina se siente viciado tras las ventanas cerradas que me protegen del frío. A mi lado, mi compañero se encuentra entusiasmo con la tarea que está terminando. “¡Excelente!”, pronuncia eufórico al escribir la última línea de su reporte.

Qué va, pienso yo, que me siento tan cansado de la misma rutina. De pensar que ayer fue igual. De pensar que mañana será igual. Que la semana y el mes entero se irán en lo mismo. En fin, que esto ya me gano, sin remedio. Seis y media, es la señal. Guardo mi tarea, apago la compu, guardo mis cosas, me despido de los que quedan.

Las escaleras silentes son las breves conocidas que me acompañan en este minuto de abandono. Sólo ellas soportan todo lo que pienso del día. Pero se van o, mejor dicho, las dejo atrás. Me toca salir por la negra puerta donde mi libertad me espera. O tal vez no. Tal vez es la entrada a otro espejismo que no quiero cambiar.

Izquierda, derecha, izquierda, derecha. Camino, camino. Aligero el paso, camino, cruzo la calle. La misma monotonía que me lleva a casa. Ya queda poco para llegar al paradero. De pronto, un estruendo irrumpe en escena. Una onda expansiva que me alcanza directa. Y vuelo, y vuelo. Y voy cayendo, y chocó contra una puerta.

Trato de incorporarme pero no puedo. Mi cuerpo se siente destrozado y mis ojos apenas alcanzan a ver. Una silueta femenina parece ser. No puedo, el cansancio me vence. Y cierro los ojos, y sueño.

La playa del miedo (capítulo cuatro)

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(viene del capítulo anterior)

Son las cuatro y media de la mañana. Anderson se levanta con renovados ánimos. Algo en su cabeza le dice que encontrará algo importante para el caso. Se dirige con otros dos salvavidas a inspeccionar los sectores de la playa aún no observados. Nadan primero hacia el extremo sur, pero luego de un par de horas no encuentran nada.

Dejan ese sector y se dirigen hacia el extremo norte. Al inicio ninguno de ellos encuentra algo relacionado con la joven. Sin embargo, Anderson se niega a darse por vencido. Nada un poco más al norte y para observar algo que llama su atención. “Regresa, no hay nada allí”, le gritó uno de ellos. Anderson no lo escuchó: sigue concentrado en su empeño de llegar hacia lo que ha visto.

Su compañero decide no dejarlo solo y nada para alcanzarlo. Ve que se aproxima hacia unas rocas y, luego de unos minutos, consigue llegar hasta donde Anderson está. Mira bien y encuentra que, encima de la roca, hay un trozo de tela. “Creo que es de la misma ropa de la chica”, afirmó Anderson y se puso a examinar los alrededores.

(continuará)