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(viene del capítulo anterior)
Sixto pasó una semana en silencio. Había tomado ya una decisión, pero la cuestión eran las palabras. Sus sesos se estresan intentando formar las contundentes frases que terminen con su laberinto. Estaba en dicho pensamiento, cuando el timbre de su celular sonó con insistencia. Era Estela quien contesta del otro lado de la línea.
“¿Podemos hablar? Sí. ¿Este viernes? No. ¿Este sábado? Sí. ¿Por dónde vamos? En el parque frente a mi casa está bien. Ok”, esta fue la breve y cortante conversación que tuvieron entre ellos. No es que no quisiera ceder, para Sixto era importante sentir que tiene el control de la situación.
Aquel sábado, ella lo llamó temprano para decirle que iría como a las cinco. Él aceptó gustoso y se preparó para cuando llegue ese momento. Media hora antes ya se encuentra limpio y perfumado. Y antes que sea la hora, sale de su casa y se dirige al parque. Mira una de las bancas y decide que es bueno esperarla allí.
Unos minutos después, Estela aparece en el parque. Avanza a paso lento y la mirada un tanto perdida. “Hola”, dice él cuando la tiene cerca y ella le devuelve el saludo. “Pues quisiera saber qué pensaste sobre lo que te dije”, señaló Estela sobre volver a estar juntos. Su cara, algo inexpresiva, adquirió una dureza inusitada en Sixto. Inmediatamente Estela entendió que este es el final del dilema.