El rey Azul (capítulo cuatro)

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(viene del capítulo anterior)

A la mañana siguiente, Eduardo duerme plácidamente en su alcoba, cuando los guardias tocan a su puerta con firmeza. El rey se levanta y abre la puerta del aposento. “Mi señor, los regimientos de las comarcas han venido a unirse”, dijo el mensajero dejando notar cierta alegría. “Háganlos pasar al salón principal. Bajaré en unos minutos”, respondió conun gesto severo.

Pero, apenas cerró las puertas, no pudo ocultar su entusiasmo: tener el apoyo de los pueblos de la comarca equivale a tener el número de soldados suficiente para derrotar a Azul. “Por fin, ya no tendré que preocuparme de los rebeldes”, se dijo el rey para sí, mientras ordena a sus criados para que lo ayuden a vestirse.

Los señores de las tres comarcas lo esperaron con cierta ansiedad durante más de media hora. Finalmente, Eduardo apareció en el salón principal, ataviado con ricos ropajes de seda y oro, y una gran sonrisa en el rostro. Los tres señores reverenciaron al rey, quien se mostró supremo y les pidió que se paren rápidamente.

Entonces Petreos, el mayor entre los tres, se dirigió hacia Eduardo con estas palabras: “Hemos decidido aliarnos contigo. Iremos a ganar esta guerra juntos”. Tras esta declaración, el rey agradeció el apoyo y pidió  que comieran juntos el banquete que se está preparando. Petreos y los otros dos se miraron unos a otros, y aceptaron gustosos.

(continúa)

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