(viene del capítulo anterior)
A la mañana siguiente, Torres entró en la comisaria y fue directamente a la oficina del comisario. Dijo que tenía que ir al sur un par de días a atender un asunto familiar. El comisario se lo pensó un momento, pero finalmente firmó la hoja de permiso. Seguro porque le habían creído, fue a su casa, se vistió de civil y tomó un carro rumbo al sur.
Luego de varias horas de trayecto, llegó a La Huella. En la plaza central no encontró mucha gente, salvo algunas personas ancianas que conversaban amenamente. Pasaba caminando lento cuando oyó hablar de un tal “joven Toño”. Se le quedó escuchando atentamente hasta que el anciano se retiró de allí.
Torres caminó unas cuantas cuadras hasta llegar a la vieja casa de Toño. Se quedó esperando en una de las esquinas hasta que empezó a caer la noche. Vio cómo las luces de la casa se iluminaron y decidió acercarse para confirmar la identidad del residente. Con mucho sigilo avanzó hasta la ventana. No le quedaron dudas: el inquilino de la residencia es el fugitivo.
(continúa)